Viento divino
Israel
Shamir
(Homenaje a Simone Weil, 30 de marzo de 2003)
Mi querida ciudad de Jaffa está anegada bajo la lluvia y el
granizo, las calles se han convertido en airados torrentes, la
nieve blanquea palmeras y aceras de la subtropical Tel Aviv, en
violento contraste con los cielos amoratados y bajísimos encima
de campanarios y alminares, a la vez que el huracán sopla
arenales por toda Palestina, hasta más allá del Mar Muerto. Una
tormenta de arena de fuerza inaudita ha estallado en el Medio
Oriente entero, deteniendo los tanques yankis en el desierto,
cegando a los pilotos en los aviones, tapando los visores de la
artillería y amenazando con volcar los monstruosos bajeles de
guerra que andan por el Golfo. Un centenar de tropas blindadas
se encuentra inservible por la arena infiltrada. De igual modo
una tormenta divina había salvado a Japón del desembarco de las
hordas mongoles de Kubilai Khan, y otro huracán había protegido
a Inglaterra en los tiempos isabelinos de la ocupación española.
Como los españoles singlando hacia las playas inglesas, la
armada mamonita no estaba lista para el encuentro imprevisto con
la intervención divina. Los invasores habían previsto penetrar
en la parte más floja del vientre asiático con la misma
facilidad aceitada de la daga de Jack el destripador
acuchillando a mujeres indefensas. No habían contemplado ningún
tipo de oposición.
John Wayne o Burt Lancaster le habrían alcanzado al enemigo
desarmado alguna pistola de socorro antes de dispararle, pero
los mamonitas no tienen nada que ver con los nobles héroes de
los viejos tiempos del Oeste, pues no estaban saciados con la
aplastante superioridad tecnológica y la ventaja numérica (de
diez contra uno) de la población americana en comparación con la
de Irak, exigían que el enemigo fuera desarmado. Los cobardes no
desembarcaron sino después que la servil ONU hubo desarmado a
los iraquíes e inutilizado los últimos viejos misiles
enmohecidos que les quedaban. No se esperaban para nada la
intervención sobrenatural de los elementos, pues el poder de los
mamonitas se basa, según la expresión de Dostoievski, en la
íntima convicción de que Dios no existe. Pero el mundo material
no está hecho de materia inerte, pues todo, en este mundo, está
vivo y relacionado: nuestra historia, nuestro presente y nuestro
futuro, nuestras concepciones y estructuras sociales, las
tormentas de arena y los huracanes, los terremotos y las
revoluciones: todo esto forma parte intrínseca de la trinidad
estrechamente abrazada que constituyen Tierra, Hombre y Dios. La
voluntad de los humanos, de miles de millones de hombres y
mujeres opuestos a la agresión angloamericana, ha encontrado su
expresión en manifestaciones gigantescas en el planeta entero,
así como bajo los techos msolemenes de las Naciones unidas, pero
esta voluntad ha sido ignorada por los mamonitas. Así es cómo la
voluntad del pueblo se ha mudado en tormenta de arena, como para
recordarnos que nuestros deseos son tan poderosos como los de
los dioses olímpicos, y que la voluntad integrada del pueblo es
en verdad Vox Dei; al ignorar la voluntad de Dios y los hombres,
el partido de la guerra ha sembrado los gérmenes de su propia
destrucción, pues está totalmente intoxicado por su propio
poderío.
II
“Ni el fuerte es fuerte del todo, ni el débil del todo débil,
nunca. Los que han recibido el poderío como regalo del destino
descansan demasiado en ella y terminan destrozados, pues el
poderío es tan despiadado para el hombre que lo posee ( o piensa
poseerlo) como con sus víctimas. Si aplasta a estas, intoxica a
aquellos”, escribe Simone Weil, la divina filósofa francesa
visionaria que fue testigo de la gran intoxicación de potencia
llamada Segunda guerra mundial. Alude a la guerra de Troya,
sacando de la Ilíada esta sublime enseñanza : “La especie humana
no se divide, en la Ilíada, entre conquistados y conquistadores.
Nadie se salva del destino: aprended a no admirar el poderío, a
no odiar al enemigo, a no despreciar al vencido.”
Esta santa contemporánea, nacida en una familia judía, que se
había unido a los comunistas, que había peleado en Espana, había
trabajado con los obreros de Renault y siguió a santa Teresa
metiéndose a monja – nuestra querida Simone Weil–, percibió en
la guerra de Troya una tragedia tanto para griegos como para
troyanos, pues ni unos ni otros supieron terminar la guerra
cuando hubieran podido hacerlo. En cierto momento del combate,
los griegos podrían haber logrado el noventa por ciento de sus
exigencias, pero prefirieron jugársela para ganar en un cien por
ciento. En otro momento, los troyanos podían haber conseguido el
noventa por ciento de sus objetivos, pero también escogieron
arriesgarlo todo. Ambos campos padecieron, perdieron sus mejores
hombres, y los aqueos victoriosos fueron derrotados cincuenta
años más tarde, por la invasión de los dorios.
De la misma manera en 1939, los nazis fueron demasiado lejos. El
mundo había aceptado algunas de sus exigencias, pues Praga había
estado sometida al gobierno germánico durante siglos, y el
control del valle de la Ruhr por Francia no tenía ningún
fundamento jurídico ni tradicional. La exigencia alemana de un
acceso totalmente libre a Dantzig y Königsberg no era nada
descabellado. Con esto se hubiera podido conformar Hitler, y
hubiera conseguido lo que pedía. El apaciguamento era una
política sensata y era lo adecuado en 1938. Pero, en 1939-1940,
el Reich demostró hasta dónde llegaba su bulimia. Checoslovaquia,
Polonia, Yugoslavia, Grecia, Dinamarca, o sea, un gran número de
Estados se encontraron invadidos, hasta que el mundo decidió
poner un término a la expansión nazi. La guerra con sus
desastres arruinó a europa y Rusia, preparando el terreno para
el ascenso de los mamonitas.
También se excedieron los sionistas, cuando hubieran podido
conformarse con una porción decente de la dulce tierra de
Palestina, con sus animosos obreros palestinos animosos, y un
suministro infinito de petróleo barato procedente de los pozos
más remotos del Asia para ser refinado en Haifa; resumiendo las
cosas, con excelentes condiciones de vida para ellos y para sus
descendientes. Pero quisieron tenerlo todo, y no dejarles nada a
los vencidos. Y esta es la razón por la cual ya sus días están
contados.
Los mamonitas están repitiendo los errores de Hitler y Sharon.
Primero, lo de Afganistán: nadie ha podido entender el motivo
por el cual los mamonitas decidieron abalanzarse sobre este
reino perdido, pero lo han destruido, procediendo a la matanza
de prisioneros, a la destrucción de los medios de vida de los
afganos, y resucitando la producción de opio que los talibanes
controlaban severamente hasta hace poco. Ahora le toca a Irak:
todavía no ha terminado la batalla, y ya Michael A. Ledeen, del
American Enterprise Institute, sionista y mamonita (si es que se
pueden separar estas dos ideologías siamesas) nos alecciona con
aquello de que “Irak no es más que una batalla, no es toda la
guerra; después de Bagdad, les tocará a Teherán, Damasco, Riyad”
. Y también más adelante, a París, Berlín, Moscú, Pekín. Hoy
quieren derribar a Saddam Hussein, mañana le pedirán la cabeza a
Chirac, a Schroeder y a Putin.
Ya están exigiendo el boicot total de Francia, y las acciones de
represalias están en preparación . Esta es una publicidad pagada
por los mamonitas: “Hay que hacerle el boicot a Francia, pues
hay vidas americanas en juego y está nuestra seguridad de por
medio. Francia tiene todo el derecho de no estar de acuerdo con
América. Pero Francia ha abandonado el terreno del simple
disenso, pasando a ejercer una hostilidad activa en contra de
América. El presidente Chirac ha advertido a los países de la
Europa oriental que si se les ocurriese tomar partido a favor de
Estados unidos, Francia se opondría a su entrada en la Unión
europea”. Esta semana, William Safire ha escrito en el New York
Times que “Francia ha estado ayudando secretamente a Irak a
armarse, especialmente con la adquisición de misiles de largo
alcance. Estos misiles pronto podrían apuntar a soldados yankis”.
Safire es un comisario sionista de primera línea, y su “informe”
es una fatwa sionista lanzada contra Francia y su presidente. En
este informe de la unión de los fomentadores de guerra, se
desvela el plan: “Kristol ha insistido sobre la necesidad de
separar a Alemania de Francia, pero ha subrayado que “semejante
diplomacia inteligente tal vez esté más allá de lo que se pueda
esperar de parte del Departamento de Estado.” Como Richard Perle
declaró que “los americanos no son vindicativos”, Ledeen le
interrumpió para afirmar que, en el caso de Francia, él deseaba
que sí lo fuesen .
Por todo esto es urgente sacar las lecciones de la historia
americana. En 1823 el presidente James Monroe presentó la famosa
Doctrina que lleva su nombre en el marco de su discurso anual al
Congreso. Al declarar que el viejo continente y el Nuevo mundo
tenían sistemas (políticos diferentes y debían permanecer como
dos esferas distintas, Monroe articuló cuatro puntos
fundamentales : 1) Los Estados Unidos no iban a interferir en
los asuntos interiores de los Estados europeos, ni en las
guerras que podrían oponerlos entre ellos; 2)Los Estados Unidos
reconocerían y no intervendrían en las colonias y dominios del
hemisferio occidental; 3)el hemisferio occidental ya no
emprendería ningún tipo de colonización y por fin 4)cualquier
tentativa de una potencia occidental para oprimir o tomar el
control de cualquier otra nación en el hemisferio occidental
sería considerado como un acto hostil a los Estados Unidos.
Ahora es tiempo de proclamar la Doctrina euroasiática que
equipara a esta. Que los Estados Unidos se mantengan a buena
distancia del viejo Mundo y la Eurasia, y que dejen sus
tentativas de oprimir o controlar cualquier nación en Eurasia.
Gran Bretaña deberá decidir si su intención es actuar como
Caballo de Troya, para retomar el giro tan pertinente del
general de Gaulle, o si prefiere unirse sinceramente a Europa.
Las naciones libres de Eurasia, conducidas por Francia, Alemania,
Rusia y China, deberían condenar la agresión mamonita contra la
ONU y pedir sanciones contra los agresores. El dólar debería
dejar de representar nuestra moneda de reserva, y el reembolso
de la deuda americana, que alcanza hoy los 6,4 millones de
millones dólares, deberíamos exigirlo ya, en el acto y en
efectivo. Los medios manejados por los Estados Unidos, y que son
instrumentos de propaganda, deberían ser tratados como
apologistas del crimen racista, pues esto es lo que son, al
haber santificado la matanza de miles de Árabes. Las fuerzas
armadas de Estados Unidos deberían retirarse de todo el
territorio de nuestra Eurasia. Y se restauraría la paz, para
provecho de todas las partes presentes.
III
Las sanciones inicuas contra el noble pueblo iraquí deben
suspenderse inmediatamente, pues han causado la muerte de
millones de inocentes, de los cuales un millón de niños. Han
preparado el terreno para la agresión mamonita. La terrible
campaña de demonización de los medios mamonitas contra Saddam
hussein, los iraquíes y los árabes en general, debe ser
denunciada como lo que es realmente : una apología del
sectarismo racista.
Saddam Hussein no es ni papá Noel, ni san Francisco de Asís. No
es un benévolo rey filósofo. Pero el presidente chileno Allende
era el dirigente más liberal y progresista, y esto no fue
obstáculo para que un dictador sponsorizado por la CIA lo
derrocara y asesinara; el general Pinochet es gran amigo de los
mamonitas sionistas que son Margaret Thatcher, Henry Kissinger y
Conrad Black. Al primer ministro liberal y progresista de Irán,
Mohammed Mossadegh también lo habían derrocado y sustituido por
el régimen autoritario del Shah. A Saddam Hussein lo generó el
espíritu mismo del mundo árabe, para ser su defensor. Pues una
civilización –en el sentido que le da Toynbee a este término–
confrontada a un peligro mortal produce dirigentes inflexibles y
marciales capaces de hacer frente a semejante tipo de desafío.
En el momento en que iba a ser atacada por su enemigo más cruel
y más peligroso de toda su historia, el espíritu de Rusia había
generado un sacerdote georgiano que había colgado los hábitos,
implacable y cruel, y le convirtió en jefe de la Unión soviética.
Un hombre más gentil, más amable, no habría sido capaz de llevar
al sacrificio a millones de rusos, entre los cuales su propio
hijo, para vencer al Tercer Reich.
El mundo árabe lo maladministraban desde hacía siglos poderes
extranjeros : turcos otomanes, colonialistas, y hoy la red de
los mamonitas colonialistas. Saddam Hussein es el primer
dirigente árabe fuerte y verdaderamente independiente desde
Saladín: no es casual que naciera en Tikrit, la ciudad que vio
nacer al noble vencedor de los Cruzados. Puede unificar al mundo
árabe y restaurar el califato, como de Gaulle y Adenauer
supieron restaurar el imperio carolingio. Esto es lo que hay que
hacer, pues el desmenuzamiento actual de los países árabes no ha
tenido más resultado que el de producir emiratos opulentos,
pozos de petróleo bajo alta protección extranjera y
empobrecimiento de los pueblos. Saddam es capaz de pararse
frente a mamonitas y sionistas, y por esto lo quieren los
pueblos del Oriente medio. A Saddam lo llenan de fango los
medios mamonitas, pero esto no hace más que confirmar lo
importante : él es el hombre que conviene, en el lugar donde
conviene. Pues si miramos a aquellos que los medias mamonitas
ensalzan, descubrimos que se trata forzosamente de sus
colaboradores. Amaban a Mijail Gorbachov, el demoledor de la
Unión soviética; aman a Tony Blair, que convirtió a Inglaterra
en colonia yanki. John Pilger ha descrito este fenómeno en su
introducción a la nueva edición del gran clásico de Phillip
Knightley, La primera víctima: “Los medios concelebraron el
‘número milagrosamente bajo de víctimas’ durante la guerra del
Golfo (entiéndase las pocas víctimas británicas y
estadounidenses), mientras que se silenciaba el espantoso cuarto
de millón de iraquíes masacrados por las fuerzas bajo dirección
americana” . Ayer se ha visto por la televisión israelí al ex
ministro de la defensa, el cruento Fuad ben Eliécer, asesino de
cientos de civiles palestinos, calificando a Saddam Hussein como
“personaje temible”. Para mí, y para muchos más, en el Medio
Oriente, cualquiera que sea capaz de meterle miedo a ben Eliécer
en algo dista de ser un malvado cabal.
Saddam ha aprobado con sobresaliente un examen de guerra
sumamente difícil: por eso su pueblo le sigue siendo leal y
sigue combatiendo al agresor mamonita. Deberíamos aportarle
nuestro apoyo en estas horas cruciales, de la misma forma que
Winston Churchill le había aportado el suyo a Joseph Stalin. No
os preocupéis: cuando el mundo árabe haya recobrado su
independencia, en el marco de la Eurasia amistosa, producirá
dirigentes simpáticos y mansos, amantes de las letras y las
artes.
IV
Se ha enviado a soldados americanos e ingleses a cometer el peor
de los crímenes de guerra : la agresión contra un Estado
soberano; mas no lo han hecho en provecho de americanos e
ingleses, sino que se les envió a Irak para extender el reino
mamonita al Medio Oriente entero. Nosotros no confundimos a los
mamonitas con el conjunto del pueblo americano, pues aquellos
aparecen y desaparecen mientras que el pueblo permanece para
siempre. Tampoco a los europeos les corresponde repetir la
locura americana tratando de “liberar” América. Dejemos a los
americanos que se liberen solos del yugo mamonita. Ahí está el
interés de los europeos, pues los mamonitas no son gente adicta
a la misericordia. Nunca les perdonarán a los que se han opuesto
a sus andanzas. Harán cualquier cosa con tal de aplastar la
oposición interna en Estados Unidos: por cierto ya tienen
almacenadas todas las fotografías de los que participan en las
manifestaciones antiguerra, y las utilizarán tarde o temprano.
A los mamonitas el poder absoluto los ciega, así como el éxito
que han tenido en involucrar a Estados Unidos en su plan mundial.
Su carencia absoluta de compasión se ha evidenciado en
Guantánamo, donde mantienen enjaulados a sus desdichados
prisioneros. Mostraron su absoluto descaro al exigir que
desarmáramos a Irak antes de atacarlo ellos, haciéndonos con
ello los peones al servicio de su ejército. Su falta de
sinceridad la comprobamos con sus campañas masivas de mentiras y
desinformación. Su naturaleza atea se revela en su negativa a
obedecer las instrucciones pastorales de las iglesias (hay
apenas algunos predicadores sionistas que respaldan la cruzada
por televisión).
Los mamonitas utilizan la red de influencia de los sionistas y
engañan a los judíos, incitándoles a obedecerles. El Senado
americano ha empezado la guerra con el ofrecimiento de diez mil
millones de dólares al Estado judío. En respuesta, el título en
letras gigantes “God Bless America” ocupaba la primera plana del
gran diario israelí Yediot Aharonot de hoy, mientras que el
sitio web del mismo periódico añadía que “los corazones y los
rezos de los israelíes se vuelven hacia las fuerzas armadas de
los Estados Unidos”. “L mayor parte de la justificación
ideológica y la presión política a favor de la guerra contra
Irak vino de los sionistas americanos de derecha, entre los
cuales muchos judíos estrechamente vinculados al primer ministro
Ariel Sharon y ocupando funciones de influencia tanto dentro
como fuera de la administración Bush. Se trata de una guerra de
Bush y Sharon contra Irak, escribió Patrick Seale, observador
británico especialista del Medio Oriente. Seale tiene razón,
hasta cierto punto : las filas de los sionistas “de izquierda”,
entre los cuales muchos son judíos, están infestadas de
mamonitas, de la misma forma que los de derecha.
Escribe Bob Norman, desde el sur de la Florida: “Robert Wexler
se ha convertido en uno de los críticos más acerados del
presidente Bush. Este miembro liberal del Congreso ha atacado a
Bush en las cuestiones de medio ambiente, de lucha contra el
narcotráfico, escándalos de las grandes empresas, supresiones de
impuestos a favor de los ricos y táctica electoral del
presidente en el 2000. ¡Pero el mismo Wexler declaró por
televisión que no estaba nada mal la idea una guerra contra Irak!
Wexler y varios judíos demócratas más del Congreso, con el
Senador de Connecticut Joe Lieberman a la cabeza, y una tropilla
de Representantes de California y Nueva York se han arremangado
para luchar a su vez a favor de la guerra. Suelen conformar el
núcleo duro de la oposición demócrata a Bush estos mismos
individuos; por lo tanto, con su actuación han erradicado
cualquier esperanza de que ver al partido demócrata sujetar a
los perros de ataque de Dick Cheney” .
Al apoyar la guerra, los sionistas americanos y británicos no
están poniendo en peligro los fundamentos de su poder. Mientras
son bien conocidas sus posiciones elevadas dentro de los medios,
“hay menos de quince soldados judíos (es decir el 0,03% de la
fuerza de invasión británica en Irak) entre los 45000 soldados
británicos actualmente en acción en el marco de la campaña
militar bajo dirección americana”, escribe el diario israelí
Haaretz . Esta disparidad dice mucho, y explica muy bien el giro
satírico de “halconcillos” (del Pentágono) aplicado a los judíos
sionistas. Las ideas dementes de estos incluyen la restauración
del Gran Israel desde el Nilo hasta el Éufrates, así como la
“revancha histórica” sobre Babilonia por la destrucción del
Templo de Salomón, en 586 antes de Cristo, revancha que pedía
David Ben Gurion, fundador del Estado de Israel. Sobra aclarar
que estos planes demenciales no correspoden con el interés de
los americanos, ni tampoco con el de la mayoría de los judíos,
que por suerte tienen la mente sana.
Al rechazar el pacto entre mamonitas y sionistas, de ninguna
manera estamos identificando al enemigo con un grupo étnico o
religioso. De hecho, muchos son los americanos de origen judío
que están en contra de la guerra y de los mamonitas. No quiero
volver a repetir aquí sus nombres sumamente respetables, pues no
hay ninguna necesidad de establecer la menor distinción entre
ellos y los americanos honrados no judíos. El enemigo es la
ideología mamonita, “este cruce extraño entre actitudes romanas
y hebraicas”, según las palabras de simone Weil, quien escribía:
“Se suele admirar mucho a romanos y hebreos, y se les invoca
cada vez que se quiere cometer un crimen. Los romanos
despreciaban a los pueblos a los que coquistaban, y no les
reconocían el derecho a ningún relato épico propio, ni a ninguna
tragedia. Para los hebreos, la crueldad hacia los pueblos
vencidos era lícita, e incluso indispensable”. Simone Weil veía
en los Evangelios la última y brillante manifestación del
espíritu heleno de la Ilíada, ese espíritu de compasión que toma
en cuenta la humanidad de los dos campos en la guerra. Este es
el espíritu que los americanos deberían de invocar.
La América compasiva y fieramente independiente de Henry Thoreau
y Gore Viodal puede y debe vencer en su largo combate contra el
espíritu mamonita. Dado que las principales regiones de los
Estados unidos están igualmente infiltradas, la solución
consiste en dar más poder, mucho más poder a los Estados,
reduciendo las funciones del gobierno federal, reduciéndolas a
la administración de correos. La mejor revista intelectual
americana, Harper’s Monthly, dibujó hace poco un retrato idílico
de un mundo en el cual, en vez de los Estados Unidos monstruosos,
unos siete u ocho Estados (California, Nueva Inglaterra, Tejas,
Confederación, etc) ocuparía el territorio norteamericano
situado entre México y Canadá. Estos Estados más pequeños (¡del
tamaño de Francia!) y por lo tanto más fáciles de administrar,
estarían en condiciones de forjar relaciones que le den sentido
a su población en relación con su territorio, creando
comunidades reales en vez de imaginarias, como sucede hoy día,
comunidades capaces de producir arte, y vincular al hombre con
Dios.
Los yankis podrán vivir mucho mejor, más felices y más
inspirados. Por ejemplo, los setenta y cinco miles de millones
de dólares que se gastan los Estados Unidos en la guerra de Irak
podrían ofrecerles a cincuenta millones de ciudadanos los
cuidados de salud gratis, o estudios universitarios a seis
millones de jóvenes Podrían entonces celebrar la natividad de
Cristo, no solamente las rebajas de Navidad, y la Resurrección
en Pascuas sin miedo. Incluso el espíritu mamonita del comercio
perdería su carácter destructor si estuviera confinado en su
territorio geográfico. Quién sabe, tal vez una Nueva York
independiente sea capaz de recrear la gloria de Venecia, la gran
república comercial, una vez que se desprenda del enorme
continente.
Israel, el Estado judío exclusivista, no tiene cabida en un
Medio Oriente libre, pero sus habitantes, los palestinos
adoptivos de origen o credo judío, serán bien recibidos y se
convertirán en ciudadanos bien acogidos del Commonwealth
palestino, a la par de los palestinos nativos. Sus habilidades
les ayudarán a llevar al país común hacia la prosperidad y la
igualdad. En tal caso, el noble objetivo sionista de devolver a
los judíos a la tierra de sus antepasados se cumplirá, y los
descendientes de judíos del mundo entero podrán olvidar el
separatismo y mezclarse pacíficamente a las naciones con las
cuales comparten su existencia.
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