Por Israel Adán
Shamir.
2 de abril
2007-04-06
¿Cómo la habrá pasado el pueblo de Israel en Egipto?
¿Bien o mal? Cabe la duda pues la Biblia deja al lector
bastante confundido. Por un lado, los hebreos estaban
esclavizados y tuvieron que edificar ciudades bajo la
amenaza del látigo del mayordomo. Así, se nos dice
(Éxodo 5:7-19) que el Faraón dejó de proporcionar la
paja para fabricar los ladrillos, de modo que tuvieron
que correr a reunir paja por cuenta propia para cumplir
con la cuota de adobes que labrar, pues la meta diaria
no había cambiado (hasta el día de hoy, en el valle del
Nilo, la gente va mezclando paja con barro para amasar
los ladrillos). Cada vez que intentaban decir: “mejor
nos vamos a rezar”, el faraón replicaba: “¡esto decís
porque sois vagos, tenéis demasiado tiempo para gastar;
apresuraos, cumplid con vuestra labor, entregad más
ladrillos!” Tras lo cual se les pegaba para obligarles a
trabajar más duro y más rápido.
Cuenta una leyenda (“midrash”) el caso de una
embarazada que, sin dejar de batir la mezcla para los
ladrillos, dale que dale, , dio a luz: pero el hijo se
le cayó al pozo y lo hicieron ladrillo. Como tal fue
llevado al cielo y depositado a los pies de Dios.
Por otro lado, cuando vagaban por el desierto, los
israelitas añoraban la abundancia de carne que habían
dejado atrás en Egipto, la tierra de promisión, donde
tenían de todo cuanto podían haber soñado, a cambio de
las asperezas de la vida en el desierto.
Así que, al final ¿qué? ¿Se trataba de una cruel
servidumbre o de una próspera bonanza? Esta
contradicción no se puede resolver de modo convincente,
mientras uno no entienda que el relato del Éxodo es una
extensa metáfora. La servidumbre es la de la carne, la
de nuestra vida diaria, tras la obtención de las cosas.
Faraón, al que también se le puede llamar Satanás, o
espíritu de consumo, nos exige que hagamos más y más
ladrillos, que ganemos más y más dinerales, para que nos
olvidemos de Dios. Cada día sacrificamos uno de nuestros
hijos (“los convertimos en ladrillos”) pues en vez de
cuidar de su alma trabajamos más y más, para reembolsar
hipotecas, que son nuestra cuota de ladrillos, y para
pagar las cuotas del auto, a más no poder. Y de vez en
cuando vamos a disfrutar una buena comida en un
restaurante a orillas del mar, en la penumbra de las
velas encendidas: éste es nuestro país de Jauja.
Dios nos saca de las ataduras de la carne (“Egipto”)
para llevarnos a la libertad espiritual (la “Tierra
prometida”). Él mismo viene a buscarnos, y vencerá hasta
la muerte para salvar nuestra vida espiritual. La vida
es más que un discurso mezquino sobre plazos y carros
nuevos y cenas con velitas, el ser humano es más que
eso, mucho más que un consumidor de bienes, es semejante
a Dios y puede entrar en la Tierra prometida del
espíritu encarnado. Éste es el mensaje pascual, y por
esto es el mensaje más importante que la humanidad haya
recibido jamás.
Un
judío común toma esta metáfora al pie de la letra;
piensa que es la historia de sus antepasados físicos,
que fueron esclavizados en la tierra de las pirámides, y
que huyeron a la tierra prometida. Un judío común piensa
que Dios realmente mató al hijo mayor del rey de Egipto
y autorizó a Josué a matar a los nativos de Canaán para
proporcionar a su familia una valiosa mansión a orillas
del mar. Se le ocurre que la tierra prometida de la
Biblia es un lugar real, concretamente Palestina, y que
se trata de liberarse de una esclavitud a escala de la
nación y de la conquista de un país. Con semejante
interpretación, le quita todo sentido espiritual y
universal al gran mensaje; privatiza la historia, y les
roba a otros, a la vez que se roba a sí mismo, su
sentido auténtico. El motivo recurrente de los judíos
utilizando sangre de niños para el ritual de Pascuas es
una respuesta simbólica a esta interpretación literal
del relato bíblico. El cristiano replica: “si tú judío
estás tan apegado a la letra, si lees la historia
metafórica de la liberación del ser humano como una
trivial ‘Noche de Cristal’, también eres capaz de verter
sangre de niños reales en tus copas de cristal”.
Mucha sangre, sangre de niños y sangre de adultos, se
vertió en el altar de la conquista sionista. Pero esta
conquista de Palestina encajaba dentro de la lectura
literal y judaica del Éxodo, pues el sionismo es una
realización literalista de la metáfora, del proyecto de
conquista de la tierra prometida por la fuerza de las
armas en vez de ser la de la conexión con el espíritu
mediante el rezo, las buenas acciones y la gracia. Fue
un proyecto titánico, gigantesco; es comparable a lo que
cuentan las fábulas griegas, me refiero a los titanes y
gigantes que intentaron conquistar el Olimpo y quitarles
el lugar a los dioses venerados. Y cada vez que la gente
se dedica a la interpretación literal, el resultado es
funesto, como sucedió con la conquista de América del
norte, donde muy pocos nativos sobrevivieron (lo
contrario de lo que sucedió en el sur [tierra de
cristianos menos judaizantes, ndt.], y la nación
resultante expande sus estragos sobre el resto del
mundo.
Los materialistas vulgares e ignorantes son propensos a
“defender a los judíos” sin dejar de acusar a “los
sionistas”, porque no toman en cuenta los fundamentos
teológicos del sionismo, y estas raíces están hondamente
vinculadas al literalismo judaico
(véase <http://www.israelshamir.net/English/Eng14.htm>).
Pero hubo adivinos judíos que instaban a la lectura
metafórica, y explicaron, por ejemplo, que aquello de
que “no tuvieron agua durante tres días” (Éxodo
15:22-25) es una referencia a tres días sin la palabra
de Dios. Demos las gracias a aquellos sabios que
conocían el significado espiritual secreto de la Tierra
prometida, que es la Tierra del espíritu; el sionismo no
floreció como tal hasta finales del siglo XIX, pero el
literalismo siempre estuvo rondando cerca, nunca
exorcizado del todo; con el auge del materialismo y el
declinar del entendimiento, también se descartó la
lectura espiritual de las Sagradas Escrituras.
De
la misma forma, la triste historia del Exilio puede y
debería entenderse como la del ser humano que se aparta
de la gracia de Dios. El primer hombre estaba en eterna
comunión con Dios, en eterno estado de gracia. A partir
del exilio de Adán lejos del paraíso, añoramos esta
gracia. Los cristianos tienen a Cristo, aquél que nos
ofreció el medio de recobrar la gracia; los gnósticos
crearon el bonito mito de Sofía y sus bodas sagradas con
Cristo, pero en la lectura literalista judía fue
olvidándose hasta el concepto de gracia, y sustituido
por la reubicación trivial en la Palestina física.
Benditos sean los budistas que no permitieron a nadie
imaginar que la tierra de pureza es un lugar perdido en
Nepal donde nació Buda y donde encontró la
Comprensión. Pues el literalismo rebaja a sus
seguidores, como lo observara Carlos Marx, en un muy
agudo comentario: “el cristianismo es lo sublime del
judaísmo, mientras que el judaísmo es lo sórdido del
cristianismo”. El cisma entre el viejo Israel de la
carne y el nuevo Israel del espíritu es el mismísimo
tajo existente entre lectores del Éxodo como metáfora o
como relato digno de tomarse al pie de la letra. Las
polémicas antijudías en las que se enfrascaron san Juan
Crisóstomo y Martín Lutero no eran arremetidas contra
una tribu pequeña, sino contra los que niegan el
espíritu. La arremetida contra el espíritu, abanderada
de la modernidad, que casi ha logrado borrar las huellas
de los pasos de Cristo, ha de considerarse “judaica”, y
la confortan judíos negadores del espíritu, aunque sus
seguidores son muchos más, y no son exclusivamente
judíos.
Los padres de la Iglesia estaban conscientes de las
consecuencias devastadoras del literalismo. Orígenes fue
un enemigo de aquellos “literalistas que creen,
tratándose de Dios, cosas tan horrendas que no se las
atribuirían ni a los más salvajes ni a los más injustos
de los seres humanos” (Orígenes, Principios 4.1.8;
véase: <http://www.earlychurch.org.uk/origen.php>)
Orígenes podía aceptar a los creyentes de mente
excesivamente simplista, pero no a los judaizantes.
Mediante un literalismo más sofisticado este grupo trató
de mantener vigente la Ley judía dentro de la Iglesia
cristiana, escribe Bradshaw, pero el problema real con
los judaizantes era su oposición al espíritu. Estaban de
parte de la Letra, es decir, eran literalistas y
negadores del Espíritu.
La
Iglesia oriental ortodoxa preservó las tradiciones
incorruptas de los Padres de la Iglesia, y por esto es
que insiste en la lectura metafórica de los relatos
bíblicos. Los iconos ortodoxos no representan el
sufrimiento de Cristo, distintamente del dolorismo
occidental; sin llegar a negar dicho martirio como
tendían a hacerlo los gnósticos, la iglesia ortodoxa
prefiere la imagen del Cristo de la Resurrección, el
Pantocrator, el Rey supremo vencedor de la muerte. En
los iconos bizantinos, a Cristo se le ve tan sereno en
la cruz como en el trono celestial.
Para nosotros, esta semana es la señalada para conseguir
el regalo más importante y más precioso de Dios, que es
el de la gracia. Ver a través de los mitos cuál es su
propósito último es concentrarse mentalmente en el
espíritu, de la misma forma que el rosario nos ayuda a
concentrarnos en la oración. No te conviertas en un
obsesivo de los detalles del mito, ni en adorador del
material de tu rosario. Recuerda que, si alcanzamos la
gracia, todos los problemas menores de este mundo los
podemos resolver. Salir del Egipto de la carne para
entrar a la Tierra prometida del espíritu, éste es el
camino que vale para deseárselo al prójimo y para
nosotros mismos.
(Traducción: María Poumier y Horacio Garetto)