Los sabios de Sión y los
maestros del discurso
22 11 2002
El molesto concepto de la “mano oculta” o los
“sabios de Sión” es superfluo e innecesario.
“La última controversia referente al mundo árabe
tiene que ver con un programa televisivo, ‘El jinete sin
caballo’, cuya emisión se inició en varios canales árabes por
satélite el pasado miércoles 5 de noviembre, primer día de
Ramadán. El origen de la disputa es que el programa se basa
parcialmente en los ‘Protocolos de los sabios de Sión’, ese
viejo documento falso originario de la Rusia zarista”, escribe
desde Ramalá el consultante de negocios Qais S. Saleh desde en
el excelente sitio web Counter Punch [1]. Como era de esperar,
Saleh condena dicho programa y advierte a los palestinos y a los
árabes para que se mantengan apartados de la vieja y maligna
fiera del antisemitismo o, tal como lo denomina, “la corriente
de importación de la beatería antisemita”.
El punto de vista de Salej coincide con el de
Michael Hoffman, en cuyo sitio web se pueden encontrar dichos
Protocolos. Hoffman piensa que los árabes no tienen necesidad de
importar argumentos antisemitas de fuentes remotas, puesto que
disponen de otra fuente local a su disposición las veinticuatro
horas del día: el comportamiento actual del estado judío y de
sus ciudadanos judíos. Es mucho más convincente que los viejos
chismes de antaño.
De todas formas, los Protocolos siguen vivos
entre nosotros y siguen llamando la atención. Hace poco, el
afamado novelista y pensador italiano Umberto Eco ofreció su
opinión sobre el tema a The Guardian [2]. Eco “explica”
como sigue los sentimientos populares hacia los judíos: “Estaban
metidos en el negocio y la renta del dinero, de ahí el
resentimiento hacia ellos como intelectuales”. Hasta donde
alcanza mi conocimiento, no son los intelectuales quienes
prestan dinero, sino los banqueros y los tiburones de la bolsa,
mientras que los auténticos intelectuales encuentran repugnante
dicha conducta. Es posible que Eco tenga otra definición
escondida de los intelectuales. “Los vergonzosos Protocolos de
los mayores y sabios de Sión eran un compendio en serie de
material de ficción y demuestran por sí mismos su carácter
falsificado, pues resulta difícil de creer que los ‘malvados’
revelasen su fallidos proyectos de manera tan palmaria”,
concluye Eco.
Se le puede perdonar a un consultante en
negocios de Ramalá, pero Umberto Eco hubiera debido darse cuenta
de que su definición se ajustaría a otros libros como, por
ejemplo, Gargantúa y Pantagruel, mentira aún más antigua,
que pretende ser la verdadera crónica de la familia de los
gigantes, fabricada a partir de “materiales de ficción en
serie”. el Quijote, Los papeles de Pickwick o el
1984 de Orwell son libros que “pretenden” describir
acontecimientos reales en el mismo grado. Son “fantasías” en la
medida en que se atribuyen a otra persona: Don Quijote a Cide
Hamete Benengeli y Gargantúa a Maître Alcofribas Nasier [3].
Los “protocolos” son más pseudoepigrafía que
“falsificaciones”. Pertenecen a la misma categoría de la carta
de Thomas Friedman, supuestamente dirigida por el presidente
Clinton a Mubarak. Al fin y al cabo, el género pseudoepigráfico
es antiguo y venerable. Es mejor aún considerar los “Protocolos
como ‘un panfleto político’.
En este ensayo, vamos a intentar descubrir por
qué los Protocolos se niegan a descansar en la paz del olvido.
Trataremos de mantenernos fuera del alcance de la pregunta al
uso sobre quién los escribió. El autor real sigue siendo
desconocido y resulta difícil imaginarlo, pues los Protocolos
son un palimpsesto literario. Hace muchísimo tiempo, un escriba
grabó una composición propia en un trozo de pergamino antiguo,
tras borrar previamente un texto anterior. Pero nunca se lograba
raspar por completo el soporte, y el lector se encontraba, por
ejemplo, con la versión integrada del Asno de oro de
Apuleyo y de los Fioretti de San Francisco. En los
Protocolos, hay diversas capas de historias viejas y más
viejas y esto invalida cualquier indagación racional sobre el
creador prístino. Cada texto debería ser examinado a partir de
sus méritos propios, dejando de lado la cuestión de la autoría.
Sin embargo, Jorge Luis Borges escribió que el autor es una
parte importante de todo texto. Por cierto, si supiéramos que
los Protocolos contienen auténtica impronta de alguna
elite judía, tendríamos la respuesta lista al minuto. Pero
fueron publicados a finales del siglo XIX, casi en el XX, como
“hallazgo”, es decir, apócrifos. Se convirtieron en un gran
best-seller y lo siguen siendo, aunque en algunos países (por
ejemplo, la Unión Soviética) la simple posesión del texto podía
acarrear la pena de muerte.
El autor anónimo de los Protocolos
describe un plan maestro para una amplia reestructuración de la
sociedad, la creación de una nueva oligarquía y el sometimiento
de millones de personas. El producto final no es demasiado
diferente del que se describe en otro escrito contemporáneo,
El Talón de acero, de Jack London, el gran radical de
Oakland, California. La diferencia es que London esperaba una
hecatombre general, mientras que el método del anónimo para
sojuzgar tiene que ver con manipulaciones maquiavélicas y con el
control mental, al estilo del 1984 orwelliano. (El
homenaje de Orwell a los Protocolos es más sobrecogedor
aún, porque casi nunca se menciona).
La dificultad con los Protocolos está en
una disonancia entre su lenguaje crudo y un pensamiento social y
religioso que tiene profundidad. Es un informe en forma de
parodia grosera, sobre un plan satánico, sutil y bien pensado,
escribió el novelista y Premio Nobel Alexander Soljenitsin [4]
en su análisis de los Protocolos, redactado en 1966 y
publicado en 2001.
“Los Protocolos diseñan el esquema de un sistema
social. Su propósito está muy por encimade las habilidades de
una mente común, incluida la de quien los editó. Es un proceso
dinámico con dos etapas: desestabilización, libertad creciente y
liberalismo, que termina en cataclismo social y, en la segunda
etapa, se instaura una nueva reestructuración jerarquizada de la
sociedad. Es algo más complicado que una bomba nuclear. Podría
tratarse de un plan diseñado por una mente genial, pero robado y
distorsionado. Su pútrido estilo de asqueroso folleto antisemita
oculta intencionadamente la notable fuerza del pensamiento y de
la predicción.”
Soljenitzin se da cuenta de los fallos de los
Protocolos: “El estilo es el de un folleto maloliente, la
poderosa línea del pensamiento está quebrada y fragmentada,
mezclada con encantaciones apestosas y torpezas en lo
psicológico. El sistema descrito no se relaciona necesariamente
con los judíos; podría ser puramente masónico u otra cosa, en la
medida en que su cauce violentamente antisemita no es parte
orgánica del diseño”. Sojenitzin hace un experimento textual,
saca las palabras “judío”, “goy” y “conspiración” y encuentra
muchas ideas molestas. Concluye: el texto muestra una visión
impresionante acerca de los dos sistemas sociales, el occidental
y el soviético. Mientras que un pensador sólido podía predecir
tal vez el desarrollo occidental en 1901, ¿cómo es posible que
imaginara el futuro soviético?”
Soljenitzin desafió al régimen soviético, se
atrevió a escribir y publicar el descomunal Archipiélago del
Gulag, un requisitorio contra la represión soviética, pero
ahí retrocedió y no publicó su investigación sobre los
Protocolos. Pidió que sólo se publicasen después de su
muerte, y el texto fue publicado en 2001, sin su consentimiento,
en muy reducido número de ejemplares. Sigamos la línea de
pensamiento de Soljenitzin y penetremos en la bola de cristal de
los Protocolos, descontando provisionalmente la supuesta
“línea ljudía” y considerando en serio la idea de crear un nuevo
sistema, no necesariamente dominado por los judíos. El plan
maestro empieza por reformatear la mente humana:
“La mente de la gente será desviada (lejos de la
contemplación) hacia la industria y el comercio, de modo que ya
no tendrán tiempo para pensar. La gente se volcará enteramente
hacia las ganancias. Será una búsqueda vana, porque pondremos la
industria sobre una base especulativa: lo que se sacará de la
tierra mediante la industria se escapará de las manos de los
trabajadores e industriales para ir a parar a las de los
financieros.
La lucha intensificada para la supervivencia y
la superioridad, acompañada por crisis y choques, creará
comunidades frías y desalmadas, con fuerte aversión hacia la
religión. Su único guía será el beneficio, es decir, Mamón, al
que elevarán al grado de auténtico culto”.
La visión del anónimo es asombrosa: en la época
de la publicación de los Protocolos, el hombre aún era la
medida de las cosas y hubieron de transcurrir ochenta años antes
de que Milton Friedman y la escuela de Chicago proclamasen que
el mercado y los beneficios son la única luz alumbradora.
El instrumento para esclavizar la mente son los
medios de comunicación, escribe el anónimo.”Hay una gran fuerza
que mueve a la gente a modificar su forma de pensamiento, y se
trata de los medios. En la prensa es donde se encuentra
encarnado el triunfo de la libertad de expresión. A través de la
prensa hemos ganado el poder de influenciar las mentes, mientras
que, al mismo tiempo, permanecíamos libres de sospecha.
Borraremos de la memoria de las gentes los hechos históricos que
no deseamos ver publicados y dejaremos sólo los que convengan a
nuestros deseos”.
Habrían de transcurrir muchos años tras la
publicación hasta que el pequeño grupo que controla nuestro
discurso sin hacerse notar, los dueños de los medios,
manifestaran su ascenso. La libre discusión acerca de los
barones de los medios, Berlusconi y Black, Maxwell y Sulzberger,
Gusinsky y Zuckerman, está prohibida en los órganos de su
propiedad, pero la afinidad cooperativa entre ellos sigue siendo
impresionante. La libertad de expresión sobrevive donde existen
medios todavía independientes (de los barones mediáticos).
Cientos de años atrás, esta fuerza era mucho más débil que en la
actualidad, y es sorprendente que el anónimo reconociera su
potencial.
Un siglo antes del auge del Banco Mundial y del
FMI, los Protocolos notaron que los préstamos eran los
mejores instrumentos para despojar de sus riquezas a los países
extranjeros. “Mientras los préstamos eran internos, el dinero
permanecía en el país, pero con su externalización, todas las
naciones pagan el tributo de sus súbditos a la oligarquía”. Por
cierto, cuanto mayor es el monto de los préstamos que consiguen
los países pobres, más pobres se vuelven.
La concentración de capital entre manos de
financieros, la concentración de los medios en pocas manos, los
asesinatos extrajudiciales de líderes no arrodillados y la bolsa
de valores con sus derivados van bombeando la riqueza y la
acumulan en las manos del clero de Mamón, y el lucro (denominado
“fuerzas del mercado”) es la única medida de una estrategia
exitosa. Es cierto, el interés de los Protocolos no
desaparece porque el plan descrito para crear una ley
oligárquica (no necesariamente judía) esté siendo puesto en
práctico en tiempo real , bajo el nombre de Nuevo Orden Mundial.
A veces se describe el texto de los
Protocolos como de extrema derecha y antiutópico. Sin
embargo, va más allá de ambos discursos, de izquierdas o de
derechas. Un escritor derechista aplaudiría en él el
fortalecimiento de la ley y el orden, pero las predicciones del
anónimo podrían haber salido de la pluma de un libertario de
izquierdas como Noam Chomsky, por ejemplo, cuando vislumbra la
transición actual hacia el Nuevo Orden Mundial: “La carrera
armamentista y el incremento de la fuerza policial abrirán paso
a una sociedad donde solamente habrá masas proletarias, unos
pocos millonarios, policías y soldados”.
Pero el pensamiento más hondo del anónimo radica
en la esfera espiritual:
“La libertad podría ser inofensiva y encontraría
su lugar en la economía estatal sin estorbar el bienestar del
pueblo si descansase sobre la fe en Dios y excluyese la
hermandad entre los hombres. Éste es el motivo por el cual es
imprescindible para nosotros que desaparezca cualquier fe, para
erradicar de la mente de la gente el mismísimo principio de Dios
y el espíritu, para poner en su lugar cálculos aritméticos y
necesidades materiales”.
El anónimo relaciona la fe y la idea de la
hermandad entre los humanos. Socavar la fe derriba la
fraternidad. La libertad, en vez de ser un estado de ánimo
deseable y hermoso, se convierte en un camino destructor cuando
se desvincula de la fe. En vez de fe, el enemigo ofrece la
búsqueda de Mamón.
Mientras iba leyendo en el International
Herlad Tribune de hoy (16. 11. 02) las filípicas contra los
curas gays y las monjas lesbianas, me fijaba en las siguientes
líneas de los Protocolos: “Hemos procurado desacreditar
al clero cristiano y arruinar su misión, que podría estorbar
nuestros planes. Día tras día, su influencia en el pueblo va
decayendo. El colapso de la cristiandad se avecina.”
Somos testigos de la puesta en marcha de este
plan: ya nadie se toma en serio la religión, el neoliberalismo,
o sea, la fe en Mamón, ocupa su lugar, mientras que el
desplazamiento del socialismo, este valiente ensayo de una
creencia nihilista basada en la fraternidad, se ha derrumbado,
dejando en su lugar un vacío ideológico.
Esta observación movió a algunos comentaristas a
exclamar: “El verdadero diseñador del plan maestro es nuestro
viejo conocido, el Príncipe del universo, cuyo último designio
es la eliminación de la divina presencia y la ruina del hombre”.
Por supuesto, pero el Príncipe del orbe no puede actuar
directamente. Necesita agentes libres que elijan aceptar su
plan. Estos agentes decisivos y posibles aliados, de acuerdo con
el panfleto, son los capitalistas financieros y los Señores de
la Palabra, la “mente directora”.
Promueven a las posiciones más elevadas a
“políticos que, en caso de desobediencia de nuestras
instrucciones, tendrán que hacer frente a cargos criminales o
bien desaparecer. Arreglaremos elecciones a favor de candidatos
que tengan alguna mancha oscura y oculta en su pasado. Ellos
serán nuestros agentes más confiables, por el temor a
revelaciones”. Para nosotros, contemporáneos del Watergate y de
Mónica Lewinsky, esto suena familiar.
El cambio entre la primera etapa (liberalismo y
libertad) y la segunda (tiranía) ha tenido lugar en nuestro
tiempo. Si en 1968 el New York Times promocionaba los
Jinetes por la libertad, en 2002 respalda el Acta
patriótica. Un abogado estadounidense importante de Harvard,
Alan Dershovitz, efectuó el giro decisivo, desde los derechos
humanos hasta el derecho de torturar. Este giro radical ya lo
habían anunciado los Protocolos como el propósito latente
bajo la lucha en contra de las viejas elites.
“La aristocracia disfrutaba con la labor de los
trabajadores y tenía interés en verlos bien alimentados,
saludables y fuertes. La gente ha aniquilado a la aristocracia y
ha caído entre las garras de rufianes despiadados en su afán
por llevar el dinero a sus arcas”.
En términos menos emocionales, la nueva
burguesía destituyó a las viejas elites con el apoyo del pueblo,
mientras prometía libertad y ponía en tela de juicio sus
privilegios. Después de su victoria, se apoderó del privilegio
para sí misma y resultó ser igual de mala (o peor incluso) que
el señor feudal. Marx se refirió a esta queja de la aristocracia
en uno de las numerosos añadidos al Manifiesto comunista
y lo consideró intranscendente, incluso si estaba parcialmente
justificado. Pero Marx no vivió lo suficiente para ser testigo
del proceso semejante que tuvo lugar en los últimos días de la
Unión Soviética. La nueva burguesía ascendente tomó el control
del discurso, convenció al pueblo para que combatiese el
privilegio de la nomenklatura por el afán de igualdad y
libertad y, tras la victoria, asumió y multiplicó el privilegio,
renegando de igualdad y libertad.
Los Protocolos predicen el auge de la
nueva burguesía, los globalistas seguidores de Mamón, que son
intrínsecamente hostiles a las viejas elites, al espíritu, a la
religión, al pueblo ordinario. Durante largo tiempo fueron el
motor de la izquierda, de los movimientos que buscaban la
democracia, hasta que sealcanzaron su meta y pasaron a
convertirse en oligarquía.
Se puede cuantificar este giro de 180 grados por
el monto de la tasa sobre la tierra y la transmisión del
patrimonio en Inglaterra: mientras que la burguesía financiera y
los Señores de la palabra combatían contra las viejas clases
dirigentes, estos montos eran elevados y podían desmantelar la
base de su poder; después de su victoria, el monto fue
decreciendo, lo cual permitió la consolidación de las nuevas
clases dirigentes. Es posible que el viejo orden tuviera sus
ventajas. Es casi seguro que una transición a partir del antiguo
orden habría sido diferente si el pueblo hubiera vislumbrado las
intenciones del enemigo. Pero la historia no tiene marcha atrás
y es bastante frívolo soñar con el retorno de los amitos buenos
y los benévolos jefes del partido.
Por eso, los Protocolos (expurgados de
sus referencias a judíos y conspiraciones) son sumamente útiles,
porque retratan en negativo el Nuevo Orden Mundial y ayudan a
sus adversarios a concebir una estrategia defensiva contra los
designios del enemigo. Pero las referencias a los judíos
constituyen una parte extensa e importante del texto.
Los Protocolos identifican la fuerza
motriz del nuevo orden con un grupo poderoso de cabecillas
judíos chovinistas, manipuladores y obsesionados por la
dominación. Los cabecillas, según los Protocolos,
desprecian a los miembros llanos de la comunidad; utilizan y
apoyan el antisemitismo como medio para mantener a sus “hermanos
menores”, la inocente muchedumbre que comparte orígenes judíos,
esclavizados bajo su dominación. Los cabecillas son descritos
como odiadores patológicos de los gentiles, propensos a destruir
la cultura y las tradiciones de otras naciones, mientras
preservan las suyas. Su meta es crear el gobierno mundial y
legislar sobre un planeta homogéneo y globalizado.
Sus metas e intenciones están planteados de una
manera extremadamente antipática. Soljenitzin concluía que nadie
que tuviese la mente sana expondría sus ideas favoritas en
términos tan degradantes y contraproducentes para la propia
imagen. “Extraemos el oro de la sangre y las lágrimas de ellos”,
“nuestro poder se basa en el hambre del pueblo”, “los
revolucionarios son nuestra herramienta humana”, “la mente bruta
de los gentiles” son palabras que, en su opinión, achacan a los
judíos quienes son sus enemigos. Según él, a un judío le
convendría exponer semejantes ideas de manera sesgada.
Esto no es un argumento a prueba de bala.
Algunos hablan de una manera oblicua, otros prefieren la
expresión directa. Un armenio de Bakú, la capital azerí, me dijo
allá por el año 1988: “Los azeríes son nuestro ganado, sin
nuestra mente armenia, el país de esa gente se hundiría en pocos
días, porque son unos burros estúpidos” (unos meses más tarde,
una explosión de violencia indígena arrojó a los inteligentes
armenios fuera de Azerbaiyán y, desde entonces, los azeríes se
las arreglan muy bien para manejar su propia tierra). David Ben
Gurion, el primer dirigente del estado judío, también acuñó una
máxima arrogante: “¿A quién le importa lo que dicen los
gentiles? ¡Lo que importa es lo que hacen los judíos!” Esta
sentencia es casi una cita textual de los Protocolos.
Los Protocolos le adscriben a los Sabios
un dicho, “cada víctima judía vale por mil gentiles a los ojos
de Dios”. Esta línea, de suprema arrogancia, no es un vano
invento de algún atisemita. Dos ministros del gobierno de
Sharon, Yuri Landau e Ivet Lieberman, pidieron a cada judío que
mate a mil palestinos gentiles. Por lo visto, algunas ideas de
los Protocolos no son extrañas a algunos judíos.
El fallecido universitario Israel Shahak y un
escritor judío estadounidense, Norton Mezvinsky, en su libro
El fundamentalismo judío en Israel [5] presentan una gran
cantidad de dichos de rabinos judíos que no estarían fuera de
lugar en los Protocolos. “La diferencia entre un alma
judía y el alma de los no judíos es mayor y más profunda que la
diferencia entre un alma humana y la del ganado” (pág. ix).
Shahak y Mezvinsky demostraron que la rabia de los chovinistas
judíos no distingue entre palestinos, árabes o gentiles en
general. En otras palabras, cualquier cosa que les haya pasado a
los palestinos podría sucederle a cualquier comunidad de
gentiles que se interponga en el camino de los judíos.
Por cierto, si los Protocolos no tuvieran
relación con la realidad, posiblemente no serían tan populares
como son hoy en día. Los judíos son lo suficientemente poderosos
como para soñar con dominar, y algunos lo hacen. Al parecer,
algunas ideas judías han encontrado su camino a lo largo del
texto. Otros pensamientos se les achacan a los judíos sobre la
base del qui bono (a quién le rinde beneficios).
La idea menos aceptable de los Protocolos
es la presunción de una conspiración extremadamente antigua, con
vistas a apoderarse del mundo. La posición extrema de los
filosemitas les niega a los judíos la capacidad de actuar en
conjunto y los presenta como individuos reacios a juntarse, a
los que une solamente un tipo de rezo. Este punto de vista no lo
aceptan los judíos, y no se aviene con el sentido común.
Soljenitzin no cree en la existencia de los sabios de Sión,
aunque “la unidad y coordinación de la actividad judía en busca
de su propio avance ha hecho imaginar a muchos escritores (a
empezar por Cicerón) que existe un centro de mando único para
dirigir sus ataques”. “Sin ningún centro mundial semejante, sin
conspirar, los judíos se comprenden entre sí y son capaces de
coordinar sus acciones”.
Los judíos son perfectamente capaces de
coordinar sus acciones, pero yo dudo que seres humanos, judíos o
ingleses, rusos o chinos, sean capaces de fraguar planes de
largo alcance que abarquen siglos y continentes. Nadie ha sido
capaz de demostrar que tal complot exista. Los ‘antisemitas’ (la
gente que duda o niega la benevolencia inherente a los judíos en
sus relaciones con los gentiles) insisten en la autenticidad del
mismo, como hizo Henry Ford. El rey del automóvil dijo [6]: “El
único planteamiento que me importa acerca de los Protocolos
es que se ajustan a lo que está pasando”. Y ¡qué bien se
ajustan!, exclama Victor Marsden, el traductor inglés de los
Protocolos.
No obstante, esto no es ninguna prueba de que
haya complot judío. Podemos alcanzar resultados semejantes a la
vez que rechazamos la línea conspirativa, con tal de aplicar el
concepto de interés propio a la comunidad judía real, según la
describieron acertadamente Shahak y Mezvinsky. Demostraremos que
el molesto concepto de la mano oculta o de los sabios de Sión es
superfluo e innecesario.
La estructura tradicional de la comunidad judía
era la de una pirámide al revés, en términos de los teóricos
sionistas: comprendía a muchas personas con bienes, educación y
funciones de mando, y muy pocos trabajadores. Parece algo raro,
hasta el momento en que uno comprende que los sionistas
contemplan artificialmente a los judíos como divorciados de la
sociedad en la que viven. La pirámide invertida judía no podría
existir sin una pirámide realmente vuelta al revés de clases
bajas gentiles. Los judíos compiten con las elites indígenas de
la sociedad gentil por el derecho a explotar a los obreros y
campesinos gentiles. El modus operandi de los dos
competidores difiere. Mientras las elites nativas compartían
algunos valores con sus clases bajas y acostumbraban a favorecer
cierta movilidad social hacia arriba, la comunidad judía tenía
su propia estructura y valores.
Económicamente, se trataba de explotación
capitalista o precapitalita de los naturales, mientras que en lo
ideológico la comunidad declaraba su lealtad hacia sus
dirigentes, su rechazo a cualquier rasgo compartido con los
nativos, un etnocentrismo extremo y el sentimiento de
superioridad racial y religioso hacia los nativos. Se trataba de
una comunidad marginal, que no trenzaba vínculos amistosos o
matrimoniales con los autóctonos. En tanto que comunidad
marginal, no tenía por qué alimentar perspectivas de largo
alcance como las que las elites nativas tenían anteriormente.
Por ejemplo, la comunidad judía de Ucrania en el
siglo XVII se dedicó a tasar al campesinado y a ofrecer crédito,
sacándoles a los nativos seis veces más tasas e impuestos por
persona de lo que un señor feudal exigía, según escribió el
eminente historiador judío y ucraniano Saul Borovoy en un libro
publicado hace poco en Jerusalén. Las comunidades judías del
Maghreb apoyaban al poder colonial en contra de sus vecinos
gentiles, etc. Sus tradiciones les prohibían las relaciones
normales con los indígenas.
Vamos a suponer que semejante comunidad actúa en
función de sus intereses egoístas. Olvidémonos de
conspiraciones; olvidemos a los Mayores, sabios o lo que sea, de
Sión. El único objetivo de la comunidad es promover su propio
bienestar. Para un grupo marginal, esto significa ensanchar la
el abismo social que existe entre sus miembros y la población
autóctona hasta donde sea posible, a la vez que se minimizan los
posibles efectos negativos de tal elección.
Muy naturalmente, en función de sus propios
intereses, el grupo apoyaría cualquier movimiento dirigido
contra las elites nativas, ya fuesen los encabezados por el rey
(es lo que hacían los judíos antes de la Revolución Francesa) o
las rebeliones de las clases bajas. Esto no lo harían por el
supuesto amor judío a la democracia o por una naturaleza
supuestamente rebelde, sino para mejorar sus propias posiciones.
La situación ideal sería la que se originara tras la masacre o
la expulsión de las elites nativas, porque entonces los miembros
del grupo se encontrarían en condiciones de apoderarse de sus
posiciones. Da la casualidad que esto fue lo que ocurrió en la
Unión Soviética y en la Hungría soviética a raíz de la primera
guerra mundial. La masacre y el destierro de las elites nativas
dejó las sedes del poder y la influencia abiertas a la
competencia judía.
El propio interés explica la participación de
los judíos en la temida Cheka, es decir, los servicios secretos
soviéticos. Hasta 1937, los judíos ocupaban el escalón más
elevado en el cuerpo que precedió al KGB, mientras millones de
rusos iban perdiendo la vida o la libertad. De forma objetiva,
estos verdugos proporcionaban casas y oficios a sus parientes
judíos. Después de la masacre y el destierro de las elites
rusas, los judíos estaban listos para la igualdad, pues el hijo
de un rabino podía competir fácilmente con el hijo de un obrero
o de un campesino ruso, mientras no hubiera podido competir con
el hijo de un ruso de la nobleza.
De la misma forma, los judíos en Israel
garantizaron igualdad limitada a los palestinos en 1966, después
de confiscar el 90% de las tierras y expulsar al 90% de la
población. En la actualidad, los colonos prometen extender la
igualdad al resto de los palestinos, siempre y cuando hayan
echado lejos a la mayoría de éstos. A la luz del gran apoyo
judío a Israel, no hay motivo para suponer que el modus
operandi judío en Palestina sea intrínsecamente diferente de
las intenciones judías en otras tierras.
Escribe Soljenitzin: “Los oficiales del ejército
que fueron ejecutados [durante la revolución] eran rusos, los
nobles, sacerdotes, monjes, diputados, eran rusos. En lla década
de1920, los ingenieros y científicos prerrevolucionarios fueron
exiliados o eliminados. Eran rusos y su lugar lo tomaron unos
judíos. En el mejor instituto psiquiátrico de Moscú, los médicos
rusos fueron detenidos o exiliados, mientras ocupaban su lugar
los judíos. Unos médicos judíos importantes bloquearon el
ascenso de los científicos rusos en el campo de la medicina. La
mejor elite intelectual y artística del pueblo ruso fue
asesinada, mientras crecían y florecían los judíos en esos días
funestos para los rusos”.
La nueva elite judía no se identificaba
plenamente con Rusia, sino que llevaba adelante una política
separada. Esto tuvo un efecto decisivo en 1991, cuando más del
50 % de los judíos apoyaron el golpe prooccidental del
presidente Yeltsin, mientras sólo el 13 % de los rusos lo
respaldaba. En 1995, el 81% de los judíos votó a favor de los
partidos prooccidentales y sólo el 3% por los comunistas
(mientras el 46% de los rusos votaba por estos), según lo ha
publicado la socióloga judía Dra. Ryvkina en su libro de 1996
Los judíos en la Rusia post-soviética.
En la siempre expansionista América
estadounidense, los judíos no han tenido que matar o echar a las
elites nativas; se volvieron parte importante de las mismas,
controlando la expresión dominante y manejando anchos y tendidos
trapos financieros. Todavía no se identifican con la América
gentil: cada año, obligan al Congreso y a la Administración a
enviar cinco billones de dólares a sus tentáculos israelíes y
ahora están intentando que los Estados Unidos hagan la guerra en
su lugar contra Irak. Sí que discriminan a los demás
estadounidenses, pues de otra manera no se explica que el 60% de
los puestos de dirección en los medias estén en manos de
judíos[7].
Los judíos de Francia tampoco se identifican con
ese país. “Su identificación con Israel es tan fuerte, está por
encima de los vínculos que los puedan atar al país en donde
viven”, escribe Daniel ben Simon en Haaretz. “Esta
lealtad dual se me hizo muy clara con lo que me dijo un médico
judío en Niza: “Si hay que elegir entre Israel y Francia, por
supuesto yo me siento más cerca de Israel”. Nacido y criado en
Francia, hizo sus estudios de medicina en Francia, sus pacientes
son franceses, habla francés con su mujer y sus hijos. Pero en
lo hondo de su corazón, siente mayor afinidad con el estado
judío”.
En Palestina, los judíos no sienten compasión
por los nativos. Viajan en carreteras separadas, estudian en
escuelas segregadas y un judío consume diez veces más recursos
acuáticos que un gentil, mientras sus ingresos son siete veces
mayores. Por eso, el aislamiento judío sigue siendo un dato
vital para muchas comunidades judías.
Los judíos necesitan ocultar su situación
excepcional para preservar su propio bienestar , su riqueza y su
poder, y se valen de las siguientes mañas :
- La constante muletilla del Holocausto ayuda a
combatir la envidia.
- En una sociedad monoétnica, los judíos son el
único cuerpo extranjero, de modo que se congregan y atraen la
atención, mientras que en una sociedad multicultural se les nota
apenas. Por ello, los judíos apoyan la inmigración desde países
no europeos, porque de esta forma el exclusivismo judío deja de
notarse con carácter propio.
- Lo políticamente correcto es otra manera de
prohibir el debate sobre la influencia judía.
- El combate contra la cristiandad y la iglesia
cobra sentido para una comunidad no cristiana: si la iglesia
fuera fuerte, los cristianos preferirían su propia elite
cristiana.
- La globalización es una dinámica natural para
gente esparcida por el mundo entero, en la medida en que le
conceden poca importancia a los caminos locales.
- El empobrecimiento de los nativos no es más
que la otra cara del enriquecimiento creciente de la comunidad
judía.
Cuando se suma todo esto, buena parte (no todas)
de las ideas que los Protocolos atribuyen a los judíos
son efectivamente las ideas útiles o necesarias para el
bienestar comunitario judío, sin la menor necesidad de grandes
odios hacia los gentiles ni la guía de los míticos Sabios de
Sión. Esta es la razón de la larga vida de los Protocolos.
Paradójicamente, si no fuera por el apartheid israelí estos
hechos permanecerían invisibles para las comunidades que los
hospedan.
Notas :
[1] A Horseless Rider, the Protocols of
the Elders of Sion and Importd Bigotry, de Quais S. Saleh,
CounterPunch November 13, 2002. Véase más
sobre esto en:
http://abcnewsgo.com/sections/world/Daily
News/egypt021121_TV.html .
[2]
http://books.guardian.co.uk/review/story/0,12084,775668,00.html
Los envenenados Protocolos, de Humberto Eco.
[3] Anagrama seudónimo de François Rabelais.
[4] Alexander Soljenitzin, Evrei v SSST i v
budushei Rossii, 2001 (en ruso)
[5] Pluto Press, 1999
[6] En una entrevista publicada en el New
York World, 17 de febrero de 1921
[7] Dato proporcionado por Kevin MacDonald, de
la Universidad de California.
ynthia
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