El yugo de Sión
Israel Adán Shamir
Traducción : María Poumier
Una pequeña partida de guerreros determinados se
alza y arremete contra el ejército más poderoso de la región:
así se hace la historia. ¡La batalla de Termópiles queda atrás
con la gesta de Bint Jebel! El obispo Felipe de Antioquia
comparó el arrasamiento de esta pequeña ciudad libanesa con la
destrucción de Stalingrado, pero son ciudades comparables
también por el arrojo de sus defensores. Pocas son las
generaciones capaces de presenciar tan esplendoroso ejemplo de
valentía : durante las tres últimas semanas un puñado de
combatientes de Jizbolá
-dos
mil según los cálculos más optimistas-
combatió tercamente contra tropas israelíes paralizadas y diez
veces, veinte, treinta veces más numerosas. Cuarenta años atrás,
los israelíes derrotaron a tres ejércitos en una semana, pero
ahora el talismán del invasor se ha desvanecido, o ha pasado a
los vencidos. En la narración al uso hoy en día, centrada en las
víctimas, con cierto estilo femenil, el sufrimiento resulta más
atractivo que la hombría masculina. Así la matanza de Qana
ocultó algo muy grande, la terca resistencia de los combatientes
libaneses. Pero el llanto de Andrómaca no debería opacar la
bravura de Héctor: las hazañas de Jizbolá merecen ser
inmortalizadas por los poetas.
¿Por qué esta guerra? Dejemos los detalles
nimios a un futuro Plutarco; es otro round en la batalla de
Palestina. Abastecidos y respaldados por los Estados Unidos, su
imperio cautivo, los judíos tenían todas las armas, todas las
municiones, todo el apoyo diplomático, cuando embriagados por la
ubris penetraron en la hambrienta y desarmada Gaza para acabar
con sus últimos resistentes e imponerle el “Yugo de Sión”. La
invasión la habían preparado con un asedio que duró un año y con
bombardeos continuos; estaban segurísimos de que podían devorar
a Gaza cuando se les antojase. Y por cierto, todos quedaron muy
callados : los egipcios vendieron la gloria de la guerra de
Ramadán a cambio de verdes dólares, los hijos de Hejaz y Nejd
estaban demasiado ocupados despachando gasolina, y los príncipes
del golfo sólo se preocupaban de cuidar sus halcones. Los judíos
se sentían seguros cuando decidieron acabar con Gaza : ¿quién
iba a estorbar al león de Juda rugiéndole a su presa? Y dijo una
diminuta fuerza del Monte Líbano: nosotros lo vamos a hacer. Así
como el enano desjarretando a Nazgul listo para matar: y el
ejército israelí se abalanzó al norte, abandonando la presa, y
descargó toda su potencia sobre los combatientes de Jizbolá.
Pero se detuvo pronto.
Esto no se esperaba. Los israelíes estaban
acostumbrados a matar o espantar a los palestinos sin armas ni
entrenamiento. En lugar de esto, los soldados de Sayyed Nasrallá
se plantaron en las calvas colinas de Bint Jebel y libraron
batalla. Si se les hubiera destruido rápidamente, los generales
israelíes habrían llevado adelante sus tropas victoriosas hacia
Damasco y Teherán antes de volver y despojar a Palestina de su
joya invaluable, la ciudad de Haram al Sharif [Jerusalén]. Esto
todavía podría ocurrir, pero las posibilidades han ido
disminuyendo por la terquedad de Jizbolá.
Más importante aún, Hizbolá
se negó al cese al fuego mientras Israel siga ocupando la tierra
de Líbano. Este paso atrevido ha echado abajo toda la estrategia
de los sionistas. Ellos tenían pensado ocupar el sur y esperar
allí hasta que una fuerza internacional (o la OTAN) apareciera
para sustituirles en la tarea. En la decisión de Jizbolá falta
un detalle : cualquier cese al fuego debe extenderse a Palestina
por igual. Es inconcebible que el Líbano entregue las armas
mientras Gaza siga asediada y Nablus raptada.
El Primer ministro Ehud Olmert dijo : “hemos
cambiado el Oriente Próximo”. No sé si todo el Oriente Próximo
ha cambiado pero en Israel presenciamos grandes cambios. Hasta
ahora, sólo unos pocos justos, hombres y mujeres, llamaban a su
gobierno a desistir de la agresión contra Gaza y el Líbano. Pero
la lluvia de katyushas hizo cambiar de parecer a muchos. Al
principio se dejaban llevar por la arrogancia de sus generales,
pero ahora han descubierto el alto precio de la guerra. Las
quejas iniciales acerca del fracaso del ejército para acertar
dejaron lugar a la crítica de la línea política. Y han empezado
a entender que el tiempo corre contra sus intereses.
Los regímenes por ahora serviles de los países
vecinos pueden derrumbarse en cualquier momento o sacudir el
yugo de Sión. Se había convencido a sus gobernantes de creer en
la superioridad judía, y por eso eligieron condenar al
“imprudente Jizbolá”. Pero ahora, cuando sus pueblos ven que
hasta una fuerza pequeña de combatientes decididos puede
asestarle golpes al enemigo, ya no encuentran justificación para
la conducta cobarde de sus gobiernos. Esto puede llevar a la
revolución, pues al rey Faruk lo derrocaron jóvenes oficiales
tan dignos de fama como los de Falujah decepcionados por su
debilidad en 1948.
Neil macFarqhar informa en
el New York Times (28 7 06) : “al principio de la crisis
libanesa, los gobiernos árabes, empezando por Arabia Saudita,
vapulearon a Jizbolá por provocar una guerra irresponsable,
brindando a los Estados Unidos e Israel lo que consideraron un
guiño de aprobación para proseguir. Ahora, con centenares
de libaneses muertos y Jizbolá aguantando frente poder militar
israelí fanfarroneando durante más de dos semanas, la marejada
de la opinión pública avanza por todo el mundo árabe respaldando
a la organización, convirtiendo al dirigente del grupo chiíta
jeque Hassan Nasrallá en héroe popular y obligando a revisar los
planteamientos oficiales. La familia real saudita y el rey
Abdulá de Jordania, quienes al principio estaban más preocupados
con el poder chiíta creciente en Irán, el país que respalda más
a Jizbolá, están haciendo lo posible para tomar sus distancias
con respecto a Washington.”
El informe considera la
opinión popular, “la calle árabe”, como el vector del cambio;
pero el cambio puede venir de arriba también. Se suponía que el
cruel bombardeo de Beirut y de todo el Líbano asustaría a las
naciones árabes y las doblegaría; y sucede que convenció a los
árabes ricos y poderosos que mientras los judíos sigan llevando
la batuta en el Oriente Próximo, sus propias riquezas y poderío
pueden serles arrebatados en cualquier momento, por capricho de
algún general judío. Beirut era pacifista, Beirut accedió a
echar a los sirios, Beirut era la capital del Estado más
prooccidental, y nada de esto salvó a la ciudad del arbitrario
arranque judio debrutalidad, (o: de brutalidad judia), que ni
siquiera pretendía justificarse como revancha, pues no había
nada que vengar. Los árabes en el poder se preguntan si el
Estado judío puede ser un vecino pacífico (confiable o)del todo,
o si es
-como
dice el presidente iraní Ajmadineyad-
belicoso por naturaleza, por lo cual se debe actuar con él
como se hizo antaño con el reinado de los cruzados.
Por cierto, el Reino cruzado de Jerusalén duró
más de lo que ha durado el Estado judío, y posiblemente habría
podido mantenerse durante siglos, a no ser por su agresividad
innata y su disposición para servir de cabeza de puente para las
invasiones europeas. El punto de giro en la suerte de los
cruzados tuvo lugar hace unos 850 años durante la segunda
cruzada, que tenía un extraño parecido con la segunda guerra
libanesa. En aquél tiempo, las naciones árabes estaban
acostumbradas a la invencibilidad de los cruzados; la arrogancia
ciega que da el poder llevó a los cruzados a marchar sobre
Damasco, su vecino pacífico, complaciente y hedonista, la gente
menos beligerante en medio de Estados independientes pequeños y
muy divididos, una especie de Líbano del siglo XII. Al
principio, los cruzados arremetieron contra la resistencia
guerrillera del Jizbolá de entonces, y perdieron un montón de
soldados. Cuando pusieron cerco a la ciudad, el gobierno de
Damasco tuvo que pedir ayuda a su vecino Nuredín, el Ajmadineyad
de sus días; un ejército de Nureddin se les vino encima y los
francos tuvieron que emprender la retirada a toda prisa.
Los vecinos árabes
aprendieron dos cosas : 1-
El sometimiento y la complacencia no pueden garantizarles la paz
pues el Estado cruzado es una espada de Damocles constantemente
descolgada encima de sus cabezas; y 2
-
A los cruzados se les puede derrotar. De la segunda cruzada
surgió Saladino, sobrino de Nuredín, quien unificó a Siria y
Egipto y de paso derrotó a los cruzados en la batalla de las
Horcas de Qurn Hittin. Ahora, se les acaba de regalar el mismo
par de lecciones a los árabes, como cortesía del Israel Defense
Force. ¿Estará ya en camino el nuevo Saladino?
II
Pero los judíos tal vez ya
estén enfrentando otro peligro causado por su anuencia. Suelen
referir a su propio caso la profecía feroz de Revelaciones
19:15: “De su boca sale una espada afilada, con ella acuchillará
a los goyim y los pastoreará con una verga de hierro; y está
apisonando con sus pies las uvas de la cólera de Dios.” Lo toman
tan en serio que llamaron la anterior carnicería de Qana (120
refugiados despedazados) “Las uvas de la ira.” Estos detalles no
sirven para darse a querer; y los árabes no son los únicos
reacios a verse pastoreados por una verga de hierro.
Los Estados Unidos pagan
caro por estas diversiones judías. A un americano pobre puede
resultarle insoportable pensar que mientras carece de seguro
médico, su gobierno tiene que pagarle tributo al rico Israel. Al
americano medio, cuando echa gasolina a su coche mediano, puede
no agradarle pagar por el sostenimiento del Estado judío, pues
antes del auge del poder de los neocon en la administración, la
gasolina era mucho, muchísimo más barata. Un americano acomodado
y cosmopolita puede sentirse molesto de ser mal recibido
dondequiera que se aparezca, desde París hasta Istambúl, como
solía ser antes del chiste del yugo de Sión.
Un americano despreocupado
puede no ver con agrado que no puede putear contra un desalmado
policía judío sin que esto aparezca en el New York Times.
Un americano creyente puede indignarse de no poder mencionar a
Cristo a no ser que esté dispuesto a ser demandado por alguna
corte de justicia. Un americano honesto, o un europeo, puede
estar harto de su hipocresía. No les basta con empujar hacia la
guerra, sino que además critican a los demás por hacer lo mismo.
No se limitan a matar niños en sus correrías, también te hacen
sermones sobre el inmenso valor de la vida humana.
Un americano impregnado de la Biblia podrá
recordar la profecía 22 de Ezequiel, quien dijo a los dirigentes
de Israel, en nombre del Señor: “Os habéis convertido en
culpables por vuestra sangre que habéis vertido; cada uno entre
vosotros, al poner todo vuestro empeño en el derrame de la
sangre”, y se trata de la sangre de inocentes palestinos y
libaneses; Ezequiel también profetizó el agrupamiento sionista
de los judíos, y anunció que esto llevaría a un desastre mayor
para los sionistas: “la casa de Israel se ha convertido en
afrenta para mí; por esto os reuniré en el medio de Jerusalén, y
soplaré sobre vosotros el fuego de mi cólera, y seréis
derretidos en medio del mismo, y sabréis que yo, el Señor, he
descargado mi furia sobre vosotros. Los israelitas han
practicado la opresión y han cometido el robo, y han abusado de
los pobres y necesitados; han oprimido injustamente a los
gentiles, y por esto los he consumado con el fuego de mi cólera;
he aplicado sobre sus cabezas su propio estilo, dijo el Señor
Dios.”
Un político americano,
incluso hasta un presidente americano, puede llegar a cansarse
de la inacabables necesidades del lobby judío exigiendo simpatía
o protestando ulcerado por cualquier cosa; cansarse de
cuidarse, de la censura ideológica y su disciplina de partido,
de sus hábitos de chantajistas, de sus bolsillos hinchados y su
garra puesta sobre los medios, de la espada de Damocles que
sostienen amenazantes encima de la cabeza.
Más aún, un americano o un
europeo que se sigue llamado a sí mismo judío se preguntará si
tiene algo en común con la gente cuyos poetas llaman a los
soldados a “descargar la tormenta sobre el Líbano y Gaza,/ Y
surcar sus tierras y sembrarlas con sal,/Arrasarlas, no dejar a
un ser humano vivo/ Volverlos desierto, valle desolado, escombro
despoblado/Salvar vuestra nación y soltar bombas/Sobre aldeas y
ciudades, aplastando sus desplomadas viviendas/ Masacrarlos,
verter su sangre,/ hacer de sus vidas un infierno viviente/”.
Se puede poner a reflexionar
si desea personalmente ser “el arma secreta de Israel” según las
palabras del Primer ministro Olmert quien dijo : “el armamento
árabe, aún cuando nos golpee, no es nada en comparación con el
arma secreta poderosísima nuestra : el pueblo judío.... en el
mundo entero, con aquél sentimiento de amor y compromiso mutuo
que prevalece entre todos los judíos, independientemente del
lugar donde estén”. Por el contrario, puede dejar de
considerarse un judío él mismo, y confundirse con el pueblo
llano, como millones de personas han hecho antes que él.
Un amigo mío judío escribió
: “les pregunté a varios amigos en los Estados Unidos si piensan
que el mantra sionista mantiene su poder todavía, y todos
opinan que no. El lobby no tiene un futuro esplendoroso,
considero yo, y por eso es que sus agentes se enfrentan a la
persecución judicial. Aun si mantienen el Congreso bajo llave
por un tiempo, su control sobre la opinión americana tiene que
disminuir ahora. Creo a Jenny Brenner cuando éste afirma que los
jóvenes judíos están desertando del judaísmo y del sionismo.”
Los israelíes, es decir los
huéspedes de Palestina que se consideran a sí mismos judíos,
también pueden dudar si quieren luchar por sostener el yugo
ideológico de Sión que sólo les trae el odio afuera y la pobreza
dentro del país. En vez de vivir en prosperidad económica y
armonía con nuestros vecinos, el Yugo de Sión nos convierte en
empobrecida carne de cañón.
Y por fin, los americanos y
europeos pueden llegar a sentirse hartos de esos tipos que
siempre están aleccionando a los demás y nunca atienden el punto
de vista de los demás. Hasta los alemanes pueden algún día dar
un puntapié a su masoquista costumbre del arrepentimiento sin
fin. Y entonces habrá desaparecido el yugo de Sión, pues este
yugo no es sino la creencia compartida en la superioridad judía.
Y entonces, vueltos totalmente inofensivos, los judíos tendrán
que aprender y convertirse en ciudadanos comunes de sus países,
sin entrada especial para llegar a los presidentes, las arcas
bancarias y las pantallas de televisión.
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