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El presagio

6 de febrero de 2003
 

“Como el golpe de teatro más inverosímil en un relato de ficción, acaba de estallar en el aire una aeronave tripulada por el coronel Ilan Ramon de las fuerzas Aéreas de Israel, despedazándose sobre la ciudad de Palestina, en el oriente del Estado de Texas”, New York Times, 2 de febrero de 2003..
 

Los presagios, buenos y malos, se nos aparecen como boyas que pueden facilitar nuestra navegación en el mar de las vicisitudes, dijo el renombrado escritor Paulo Coelho en portugués. Los hombres sabios y exitosos son los que saben permanecer atentos al lenguaje de los signos y actúan en función de éstos. La gente arrogante y de corto alcance prescinde de los presagios y corteja el desastre. Santiago, personaje principal de la novela tan popular El Alquimista, tomaba sus decisiones después de prestar la mayor atención a los presagios, especialmente los que traen las aves, y así es cómo la suerte le deparaba amor, gloria, cordura y riqueza. Siguiendo o no las enseñanzas del bestseller, nosotros también pagamos tributo a los guiños celestes que marcan nuestro destino, pero con una diferencia: a estos los llamamos, sencillamente, “presentimientos”.

No entendemos el razonamiento de un viejo cazador que observa el vuelo de los pájaros y predice que se viene la tormenta, pero confiamos en su presentimiento. En buena medida, la gente se guía por premoniciones y presagios. Los ejércitos romanos no se alejaban de su ciudad amurallada hasta que los augures no hubiesen terminado de observar las aves. En el otro extremo del mundo, el creador del Arte de la Guerra daba la misma advertencia: presta atención a los presagios y dirígete a los adivinos antes de emprender la guerra. Ulises le pidió al dios supremo Zeus una señal para saber si vencería a los pretendientes, y Zeus le mandó un presagio de aprobación : un relámpago en medio del cielo radiante. Penélope también recibió un signo en su sueño, con la visión de un águila se llevaba su ganso cebado, y lo comprendió: su esposo volvería a casa y castigaría a los pretendientes.

El que ignorase los presagios terminaba lamentándolo con frecuencia. El Faraón del Éxodo no creía en los presagios y murió ahogado en el mar. Los judíos ignoraron los signos funestos que rodearon la Crucifixión y estuvieron riéndose a mandíbula batiente hasta que se acabó su reino cuarenta años más tarde, y el templo fue arrasado.

Pero todos sabemos que las señales y profecías son ambivalentes. Raras veces recibimos una señal clara y carente de ambigüedad, como aquellos que fueron enviados a Faraón o a los judíos rebeldes. Sin embargo, esto mismo es lo que sucedió, cuando la nave espacial Columbia, extrema avanzada del imperio americano, orgullosa de llevar a un israelí en su tripulación, se desintegró sobre una pequeña ciudad tejana llamada Palestine. Los israelíes han tratado de borrar y olvidar esta extraña e imposible coincidencia, como sus antepasados habían tratado de ignorar la rasgadura del velo en el templo, pero en vano.

No hace falta rastrear el Hades en busca de Tiresias, el adivino ciego de Tebas, ni es necesario invocar el espíritu de Samuel, ni llamar a la Sibila para adivinar el significado del descalabro del pájaro de acero. Es un presagio de que los poderosos Estados Unidos se encaminan hacia calamidades terribles mientras sirvan la causa de Israel. Los mejores americanos perecerán; y de nada servirá la mejor tecnología americana. Es una advertencia de que Palestina sigue siendo el obstáculo decisivo para los judíos; y ni siquiera la asistencia más generosa de los Estados Unidos les servirá para sojuzgar a Palestina. Es una señal para el presidente americano: si sigue cumpliendo con los mandamientos israelíes, su buen navío se hundirá con todos sus trastes.

El desastre de la nave Columbia no es la primera señal. El ataque de los pájaros de acero el 11 de septiembre era un presagio de que la influencia de Israel en Wall Street y el Pentágono llevaría a América al desastre. Por esto es que no importa mucho “quién lo hizo”, ni viene al caso averiguar lo que ocasionó el crash de Columbia, pues este tipo de acontecimiento tiene un sentido simbólico. Pero en vez de valorar el significado y de arrepentirse, Bush y su administración han preferido perseverar en su camino peligroso. Han seguido el modo judío de restarle importancia a signos y presagios, lo cual es un método basado en la falta de fe en la divina providencia. El Talmud contiene un relato arquetípico en este sentido, donde un hombre sabio se valía de Dios y los signos, pero fue derrotado por los rabinos, pues “la Torah vale en la tierra, no en el cielo.” Este planteo testarudo y negador de Dios le dio a sus seguidores la ventaja a corto plazo y a mayor plazo las calamidades.

Ahora, después de la segunda advertencia, los dirigentes estadounidenses tienen que elegir: pueden adherirse a los modales judíos, negar tercamente la voluntad divina e ignorar los presagios. También pueden elegir el camino de los indios y de los exploradores, de los buscadores de oro y prospectores de petróleo, prestando atención a los signos, y guiarse por sus presentimientos. Santiago, el chico despierto de Paulo Coelho entendió los presagios. ¿Sabrá hacerlo el presidente Bush?

 

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