Sospechas y certezas
por
Israel Shamir
Cuando el Sunday Times reveló que los servicios de seguridad israelíes
habían tenido parte en la matanza de los chicos rusos en Tel Aviv, el
sutil complot empezó a dilucidarse. Desde el primer momento había
motivos razonables para dudar de que se tratara de un acto de terrorismo
palestino. El crimen llevaba muchas huellas dactilares empapadas en
sangre típicas de los partidarios de la supremacía judía. Fue perpetrado
una noche sabática, cuando se supone que ningún “buen judío” ronda las
discotecas. El crimen dejó limpias de sangre palestina las manos judías
a cambio de sangre rusa desechable. Tras el crimen Arafat no tuvo más
remedio que aceptar las condiciones israelíes para un alto al fuego. El
crimen creó la imagen de un Sharon “refrenándose”, conteniendo su
justificable furia y perdonando vidas de malhechores. El crimen arrastró
a la comunidad rusa que se había mantenida neutral hasta entonces, en
brazos de los que odian a los árabes. El principio de búsqueda de los
beneficiarios del crimen llevó directamente a las cumbres donde se
decide la política israelí, a quienes le sacaron un monumental provecho
a la explosión.
Un
activista americano formuló las sospechas iniciales al señalar que la
explosión había tenido lugar el mismo día del sepelio de Husseini,
cuando el IDF había despejado tan generosamente el sector este de
Jerusalén y cuando los espíritus estaban enardecidos en la manifestación.
Además el cronometraje del horrendo crimen no podía ser más oportuno ;
exactamente lo que necesitaba Israel para ganar la opinión pública.
Ahora
el Sunday Times informa que la hazaña imposible de llevar al portador de
la bomba al mismo corazón de Tel Aviv fue obra de un agente de Shabak (policía
secreta interna de Israel), al Nadi. Confrontando una sarta de oficiales,
un periodista israelí, Uzi Mahanaimi dibujó el retrato de un agente de
Shabak muy fácil de burlar, el cual se había convertido
inconscientemente en cómplice del asesino. Se supone que se percató de
las intenciones del terrorista, pero con grandísimo atraso. El vocero
del ejército israelí también insistió en la inocencia de al Nadi quien
no sabía lo que estaba haciendo.
Este
scoop del Sunday Times me recordó una intriga del escritor inglés de
thrillers, John Le Carré. Cuando están en peligro de ser descubiertos,
los servicios secretos habitualmente prefieren regar su propia versión
autorizada de los hechos. El condenatorio informe del periódico inglés
resultó ser un procedimiento para controlar el perjuicio. Muchos
periodistas extranjeros basados en Israel recibieron hace poco
información adicional detallada procedente de fuentes habitualmente
confiables. Estas fuentes apuntaban al hecho de que el terrorista del
cual se sospechaba, Said Hotari, trabajaba para una rama de los
servicios de seguridad jordanos hasta su defección a favor de Israel.
Aparentemente colaboraba con Shabak, y por eso es que se le había
concedido la debida visa israelí. El hecho de la extensión de la visa
fue difundido por los diarios israelíes antes que la corte golpeara con
una prohibición de cualquier publicación sobre el caso. Hotari
probablemente no sabía que llevaba una carga mortal, pues la explosión
fue desatada por control remoto.
También pretenden que había una razón particular para la elección del
lugar : el cercano hotel David intercontinental tenía un huésped
internacional : el ministro alemán de asuntos exteriores Joshka Fischer.
No se trata de un hotel popular para huéspedes de elevados recursos. A
pesar de ser un cinco estrellas no se encuentra en el barrio más
preciado de Tel Aviv. “De casualidad”, Hans Fischer se encontró en el
papel de testigo estelar del atentado. Emocionalmente, se encontró
arrojado hacia el bando israelí y se convirtió en actor importante en el
juego diplomático que acarreó el suceso y que terminó por la imposición
del cese al fuego según las condiciones exigidas por Israel.
El uso despiadado del terrorismo para propósitos políticos y tácticos
siempre ha sido un recurso de los operativos de los servicios secretos
israelíes. La provocación no está reñida con el concepto que tienen de
la dignidad : en los años 1950, en el infame caso Lavon, algunos judíos
locales alistados por Israel fueron detenidos en El Cairo mientras
estaban colocando bombas en los consulados americano e inglés.
Intentaron presentar su gesto como “actos del terrorismo islámico” y
provocaron hostilidades entre árabes y americanos. Los agentes israelíes
no dudaron un momento en matar judíos “para la causa”.
Además, el 25 de noviembre de 1940, la agencia judía hundió al SS Patria
y se ahogaron 250 inmigrantes. Esta matanza se realizó con vistas a
afianzar la simpatía hacia la condición de los judíos a los que se les
negó la entrada en Palestina, que estaba bajo control inglés. Los
responsables del atentado reconocieron el crimen en los medias israelíes
hace algunos años. La carga explosiva era demasiado poderosa, según
aclararon. Joaquín Martillo escribió hace poco acerca de una posible
conexión sionista con los sangrientos motines antijudíos que tuvieron
lugar en la ciudad polaca de Kielce después de la segunda guerra mundial.
Los motines llevaron una oleada de inmigrantes judíos a las playas de
Palestina. Las bombas israelíes colocadas en sinagogas de Bagdad ya son
un hecho bien conocido y desclasificado. Ocasionaron un éxodo masivo de
judíos iraquíes a Israel.
En un proceso más reciente, hace justo un año, Moscú fue sacudida por
espantosas explosiones que causaron múltiples accidentes. Unos
terroristas desconocidos hicieron estallar edificios enteros de
apartamentos residenciales en la capital rusa. Las explosiones fueron
achacadas a los chechenos, y desencadenaron la segunda guerra de
Chechenia, la destrucción de Grosny, miles de muertos y heridos, pero,
lo más importante, actuaron como punto de giro en las relaciones
ruso-israelíes y el mundo musulmán. Los medias rusos reforzaron la
imagen del terrorismo islámico y de Israel como protector y aliado de
Rusia.
“Tenemos un enemigo común, el terrorismo islámico” era la línea
reiterada por políticos israelíes cuando visitaban Moscú, trátese de
Charanski, de Lieberman o de Peres. Las comparaciones de Chechenia con
Palestina se convirtieron en un lugar común en la prensa rusa, cuyos
dueños son judíos. El viejo sueño sionista de crear una confrontación
entre Rusia y Dar al Islam casi se convirtió en realidad. Hasta ahora,
los autores del atentado no han sido encontrados. La influyente
Nezavisimaya Gazette expresó abiertamente que hay dudas acerca de una
conexión chechena en torno a las explosiones.
Más aún, yo estoy dispuesto a enfrentar la cólera de mis lectores y
proclamar que los palestinos no sirven para hacer el papel de
terroristas. Seguramente algunos de ellos intentan actuar según el guión
que los judíos les han preparado y chapotean en el supuesto terror. Pero
su terrorismo es tan tímido que un observador cuidadoso y objetivo se
ahogaría de risa ante la idea de unos “terroristas palestinos”.
Considérese por ejemplo a un portador de bomba suicida como el tranquilo
Dia Tawil, estudiante de segundo año de la universidad de Bir Zeit.
Explotó cerca de un autobús lleno de israelíes. Murió mientras sólo unos
pocos israelíes fueron heridos. Muchos hombres bomba mueren sin matar a
un solo israelí, sólo unos pocos consiguen herir y matar.
Aún en su oleada más exitosa y mortal de 1996, todos juntos no pudieron
empatar con un acto terrorista judío, el estallido del hotel King David
en 1947 con sus 92 víctimas. Cuando los judíos se meten a terroristas,
sus enemigos mueren como manadas de ganado. Así es como operaban antes
del establecimiento del estado israelí. Y así es como actúa el estado
israelí hasta ahora. No tiene sentido siquiera comparar el “terrorismo”
palestino con el terror organizado del estado de Israel. No están en la
misma liga. Para Israel, matar a un centenar de refugiados en Cana, o
bombardear una escuela, o aniquilar a Beirut sitiada durante dos meses,
o asesinar a un líder, o atacar al USS Liberty, o disparar contra un
pasajero de avión, son cosas normales. Y sin embargo la máquina
mediática dominada por los judíos se las arregla para colgarles el
cartel de terroristas a los palestinos.
Los palestinos son matadores ineficientes porque tienen el alma pacífica
de campesinos y mártires. Ellos no salen a matar, sino a morir. Son
semejantes a los kamikazes, el “viento divino” de Japón. Los aviadores
suicidas de Japón cargaban sus frágiles naves con explosivos, rezaban a
Dios, escribían un poema donde se comparaban con pétalos desprendidos de
un cerezo salvaje, se anudaban una cinta blanca en la frente, y
despegaban para hundir a los portaviones americanos en las ondas azules
del Pacífico. En la mayoría de los casos, no causaban ningún daño, pero
lograban espantar a Mac Arthur. Él no podía entender esa voluntad de
sacrificar la propia vida de uno por una causa superior. Los israelíes
tampoco pueden entenderlo. Con la explosión del Dolphi, excepcionalmente
“productiva” sencillamente había algo raro desde el principio. Todavía
no tenemos la respuesta, pero crecen las sospechas. Algunos partidarios
de la causa palestina se precipitaron a respaldar la versión israelí y
condenaron la explosión de la discoteca. Recibieron el merecido premio :
la prensa norteamericana, cuyos dueños son judíos, publicó sus cartas y
artículos en contraste con sus reticencias habituales. En mi opinión,
ante semejantes casos dudosos, cuando ninguna organización palestina
conocida reivindicó el acto en el momento, no es juicioso lanzar
presurosas palabras de repudio.