Rojas Pascuas de Resurrección
Por Israel Adán Shamir,
Moscú, 1 de mayo.
La fiesta de Resurrección
no cae en fecha fija. Es la más importante en la liturgia
ortodoxa, y se desplaza de marzo a mayo, según los años, con lo
cual va creando un entretejido de fechas importantes en un mismo
discurso metafísico. En el memorable año 2000, la Pascua
ortodoxa coincidió con la fecha de celebración en Occidente,
como proclamando que hay una roca madre que sostiene la unidad
de la Cristiandad. El año pasado, el viernes santo cayó un 9 de
abril, día de la masacre de Deir Yassine, día maldito en que
hijos de apóstoles fueron masacrados por terroristas judíos,
allí mismo donde vivió Cristo. Este año, el domingo de
Resurrección es a la vez el primero de Mayo: y es la señal de
que se está remendando el inútil desgarre entre Rojos y Cristo.
Por cierto, los rusos, entre los cuales estoy celebrando hoy
esta fiesta, han bautizado esta nueva Resurrección como la
Pascua Roja.
En este país único, digo,
esta civilización, son miles, hombres y mujeres, los que se
mantienen en vela durante toda la noche para asistir al largo
oficio de Resurrección, después de lo cual siguen juntos para
las manifestaciones masivas bajo la bandera roja. Para mí, como
para muchos rusos, el día del trabajo llegó como una apoteosis
inesperada de las fiestas de Resurrección.
Acabo de pasarme en Rusia
las últimas semanas de Cuaresma y Pascuas. La primavera fue
excepcionalmente larga y fría; hasta hace muy poco, la nieve
inmaculada siguió cubriendo las ramas siempre verdes de los
abetos y los blancos tallos de los abedules. El hielo, muy
espeso, siguió hasta abril provocando a los pescadores de río,
que perforan su dura capa protectora para atrapar el pez. Era
esplendoroso, Rusia era hermosa como una novia, toda de blanco
entre nieves y escarcha. También las muchachas rusas de mejillas
sonrosadas y ojos zarcos, arrebujadas en sus modestos abrigos de
piel, son irresistibles en esos días en que todo es témpano de
hielo. Ni qué decir de las iglesias, con su bulbos y cúpulas de
vivos colores, repletas de íconos y frescos delicados.
En la era soviética,
servían de tiendas, almacenes de carbón, o en el mejor de los
casos, museos del ateísmo. Las iglesias activas eran una rareza.
Las demás estaban en estado tal de abandono que no despertaban
el menor interés, no eran más que viejas estructuras listas para
ser tumbadas en cuanto surgiese un nuevo proyecto por concretar.
Y se derribaron muchísimas. A partir de 1991, la Iglesia
emprendió un amplio proyecto de recuperación de las iglesias
sobrevivientes y reparaciones. El resultado es pasmoso : las
Cenicientas de ayer son las Princesas de hoy. Yo mismo no las
podía reconocer, con sus viejos domos al dorado, deslumbrantes,
sus campanadas a toda hora, y sus interiores totalmente
renovados. Cuando se podía, se restauraron los frescos con
primor, y los más arruinados se volvieron a pintar en el estilo
bizantino tradicional. Los monasterios convertidos en cuarteles
para soldados o reformatorios para jóvenes delincuentes han
vuelto a su función original, y muchos rusos jóvenes y
espirituales toman el hábito. Incluso la catedral del Santo
Salvador en Moscú, sistemáticamente destruida, donde se había
instalado una piscina en los días soviéticos, está reconstruida.
De modo que los rusos han logrado lo que los judíos no consiguen
: han vuelto a edificar su Templo.
Los últimos días de Semana
Santa remataron este proceso. Las iglesias estuvieron
abarrotadas día y noche; los creyentes formaron largas colas
para confesarse: las iglesias rusas no tienen casetas para esto,
y la confesión se hace frente a frente, como una entrevista en
la nave. Sólo después de un ayuno de tres días y la confesión,
es que se puede recibir la comunión, y ésta se toma con pan y
vino entero, como en la iglesia de los apóstoles. Además de la
comunión, la iglesia ortodoxa también practica la unción
prepascual, que en Occidente se les depara solamente a los
agonizantes. El sábado santo, las señoras rusas prepararon sus
pasteles pascuales y los llevaron a la iglesia para que el cura
los bendijera, de modo que por la tarde, la iglesia entera olía
a especias, uvas pasas y dátiles frescos. Tienen la costumbre de
romper el ayuno con estos dulces y con queso casero.
La ceremonia nocturna
siguiente fue muy larga, pero la gente no se iba, pues sentía
que se trataba de la culminación tan esperada de su largo y
arduo ayuno. Por cierto, el ayuno ortodoxo es muy estricto : ni
siquiera se permite el aceite de oliva (ni soñar con productos
lácteos o pescado), salvo los domingos; nada tampoco de alegrías
maritales, bajo ningún pretexto. Fui a la iglesia de un
monasterio cercano, una vasta estructura edificada a principios
del siglo XX en estilo Art Nouveau con frescos prerrafaelitas, y
me quedé allí toda la madrugada, hasta la aurora, entre
muchísimos rusos de traje elegante y con velas encendidas, que
contestaban a coro al sacerdote clamando “¡Cristo es resucitado!”
con un atronador “¡Resucitado es Cristo!”
Y apenas unas horas más
tarde, me encontraba frente al gran teatro Bolchoi –donde
presencié hace poco la première de una nueva versión de la ópera
Los hijos de Blumenthal, encargada especialmente para
este teatro, una interpretación fascinante y provocativa de un
texto de Sorokin, por el compositor de San Petersburgo
Desyatnikov– en la manifestación por el Día del Trabajo,
escuchando a un dirigente comunista que repetía exactamente el
mismo llamado: y subió, por debajo de las rojas banderas, el
mismo grito : “¡Resucitado es Cristo!”
No es ninguna paradoja;
pues aun los credos más universales se apegan a cierto color
local: el comunismo ruso y la Iglesia ortodoxa rusa comparten el
mismo trasfondo cultural. A cada paso de su historia, desde los
tiempos del viejo imperio ortodoxo, el Pravoslav Tsardom, hasta
la era de su roja República, los rusos han luchado por la unidad
y la fraternidad de la humanidad, movidos por la compasión y la
abertura hacia los perdedores. Y en toda circunstancia, han
rechazado a Mamón. Los rusos desprecian el dinero y los bienes
materiales. Entre ellos, se agradece la pobreza como seña del
hombre honrado, y no es una señal de infamia social como en
Occidente. Lejos de admirarlo, miran al monedero con recelo. El
viejo dicho que opone el Oriente espiritual al Occidente
materialista sigue válido, y aquel que no ama el Oriente no ama
el Espíritu.
Hoy día, los rojos rusos
están reconciliados con la Iglesia.; entre ellos, los
comunistas acuden a las ceremonias y se han unido a la tradición
ortodoxa (pravoslav). El dirigente del CPRF Gennady
Zuganov, celebró el desfile del Primero de Mayo, y la
resurrección de Cristo por igual. Rogoyin, dirigente de una
facción disidente del partido Rodina, que se ha convertido en un
gran partido por derecho propio, fue incluso más elocuente
cuando se refirió a la Pascua. Como los distintos partidos y
agrupaciones, tanto rojas como nacionalistas, representan a
todas luces la mayoría de los rusos, esto es un cambio
importante y positivo, después de los tiempos en que se
dinamitaba las iglesias y se desalentaba a los creyentes.
Es un cambio feliz, pues
la pérdida de poder de los rojos sólo se entiende en el contexto
de la búsqueda espiritual rusa. Los comunistas rusos
modernizaron el país, creando una sociedad fundada en la
solidaridad. No podían ofrecerles mansiones y Cadillac a todo el
mundo: pero le fueron dando a todos lo que podían darles. Todo
el mundo recibió más o menos lo mismo : un empleo seguro y
garantizado, una vivienda gratuita, electricidad, teléfono,
calefacción y transportes, gratuitos también.
Pero se les olvidó
satisfacer las necesidades espirituales de los rusos. Se
olvidaron de los “fines postreros” de la teología. La gente no
puede vivir sin una meta. Y la falta de meta se hizo evidente,
una vez satisfechas las necesidades materiales apremiantes. Si
los rusos aceptaron el comunismo, no fue para vivir mejor, sino
que tenían una meta superior: la perfección espiritual. Los
problemas empezaron por la cúspide : las elites soviéticas
desespiritualizadas de los últimos decenios se fueron deslizando
hacia la derecha, empezaron a amar a Margaret Thatcher y a
Ronald Reagan, adoptando la concepción neoliberal del mundo. Y
esto sucedió mucho antes del derrumbe de la Unión Soviética.
De hecho, en Ocidente, los
neoliberales han resuelto el problema de los “fines postreros”
creando una inseguridad social masiva: la gente no se inclina
por la espiritualidad mientras viven bajo la amenaza permanente
de que su banquero los eche a la calle. Gorbachev copió la
solución occidental cuando decidió hundir la nave soviética. Y
fue apoyado por los liberales prooccidentales, herederos de los
reformadores de febrero de 1917.
Occidente está lleno de
variedad, desbordante de ideas y modelos. Pero no así los
occidentalizadores rusos: adoptaron la escuela económica de
Chicago, la de Milton Friedman, fervorosamente; despreciaron al
pueblo ruso, su historia y sus tradiciones. Privatizaron la
economía rusa, se la regalaron a las multinacionales e
intentaron integrar a Rusia en la economía mundial en tanto país
abastecedor de materias primas. Pero su victoria no fue tan
terminante y definitiva como se lo esperaban. Abundan las
señales de que los rusos están apoderándose nuevamente de su
historia, después de la franca ruptura que tuvo lugar en 1991.
No se trata solamente de las iglesias restauradas con cariño y
llenas de creyentes; no se trata solamente de la restauración de
los nombres históricos, como el caso de la Avenida Kalinin que
vuelve a ser Calle de la Invención de la Cruz. Esto ya lo habían
hecho los vencedores de 1991. El pasado soviético también se
encuentra rehabilitado. Las grandes celebraciones del día de la
Victoria, programadas para el 9 de mayo próximo, son una prueba
de este cambio. Los reformadores liberales de 1991 afirmaban que
no había ninguna diferencia entre comunistas y nazis, entre
Hitler y Stalin. Se burlaban de los veteranos, diciendo : “
¡Lástima que no fuisteis vencidos: ahora estaríamos viviendo tan
bien como los alemanes!” Si prohibían las celebraciones del día
de la Victoria, no es porque admiraban a Hitler, sino por motivo
del pasado antimamonita de los soviéticos.
Este año en Rusia cada
calle se encuentra adornada con un cartel o más de felicitación,
de bendición a los veteranos por su gran victoria. Y con esto,
nuevamente, no se trata en absoluto de una manifestación de odio
hacia Alemania o los nazis, sino de reconciliación con el pasado
soviético. Se habla de Stalin en términos más positivos, no
porque los rusos extrañen el gulag o la industrialización, sino
que Stalin y su poder forman parte intrínseca de la historia
rusa.
La lucha por el porvenir
ruso dista mucho de haber terminado: apenas está empezando.
Algunos pueden pensar que este gran país ya no tiene la menor
importancia, que se ha convertido en viejo oleoducto mohoso,
consumidor de baratijas chinas e ideas yankis. Pero Rusia está
viva: los rusos escriben grandes obras, que siguen desconocidas
en Occidente. Tres libros del último decenio, El Último
Soldado del Imperio, por Alexander Prochanov, El Tocino
Azul, por Vladimir Sorokin, y El Libro Sagrado del
Lobizonte, por Víctor Pelevin, son tan encantadores,
desafiantes y alentadores como Cien Años de Soledad de
García Márquez. No hay en Occidente escritores contemporáneos ni
libros de parecida estatura. En un mundo sensato, a estos
tesoros del espíritu se les valoraría como cumbres entre las
realizaciones de la humanidad. Así mismo deberá ser, pues en el
fondo, ¿a quién le importa el petróleo? ¡Literataura rusa es lo
que deberíamos de importar!
Los rusos leen muchísimo.
Otro cambio positivo desde la era soviética es la libertad de
creación y publicación. En aquellos tiempos, el control
sofocante del partido bloqueaba las ideas y los libros
novedosos, hasta detener la creatividad en Rusia. Hasta los
libros revolucionarios y marxistas estaban prohibidos, salvo si
estaban escritos en un solo idioma aburridísimo, en sovietín.
Ahora, en una diminuta librería del Moscú underground, por unos
pocos rublos, te puedes comprar nuevas ediciones de Guénon y
Joyce, Murakami y Pavic, San Agustín y Chesterton, y –qué duda
cabe– los escritores y filósofos rusos, antiguos y novísimos,
con su manera de fundir metafísica, teología y política: desde
los prerrevolucionarios Bulgakov, Florensky y Rozanov, hasta los
contemporáneos Alexander Duguin, Serguei Averintsev y Alexander
Panarin. Yo me sentía como Gúliver en Brodingnegg, la tierra de
los gigantes: entre centenares de rusos con los cuales uno puede
discutir de los temas más complicados, que lo ayudan a uno a
rebasar su propia oscuridad.
Los rusos conocen sus
problemas, y están buscando nuevas soluciones a los problemas
que se les plantean. Sus problemas también son los nuestros: el
derrumbe soviético coincidió, o mejor dicho, nos hizo chocar con
la Edad del Hielo globalizado de la congelación social. En el
Occidente antaño protegido, cada día hay más gente
marginalizada; el excedente del Tercer Mundo ha venido a caer
sobre Londres y Nueva York; la compasión por el prójimo, el
vecino, está fuera de la ley; y de la búsqueda espiritual, ni
hablar...
El pensador ruso Alexander
Panarin, recientemente caído en desgracia, evocó en sus obras
cierto viento frío y tónico, que está despertando al alma rusa
de su largo letargo. Piensa que el paradigma cristiano ortodoxo
permite hacer frente a la Edad de Hielo neoliberal anunciada,
movilizando el Eros cristiano como una fuerza capaz de
revitalizar el Universo. “Rusia todavía puede izar la bandera
para movilizar a los vencidos, a los descastados, a los caídos,
a los apestados, contra los nuevos Dueños del mundo”, escribió
Panarin.
En su opinión, el
cristianismo ruso es algo diferente, y puede ofrecer una guía a
nuestra perplejidad porque está centrado sobre la Virgen. Su
imagen ocupa el lugar habitualmente reservado a la Cruz en las
iglesias occidentales. A menudo está representada como la Reina,
sentada en el trono, cargando en su regazo al Niño coronado.
Para los rusos, la madre de Dios representa a la naturaleza.
Ésta está conectada con el espíritu y lo lleva en su seno. El
Cristo de los rusos, que es espíritu, no se puede desvincular
del amor que sienten por la virgen que encarna la tierra y es su
intercesora misericordiosa. Dios padre, el dios del antiguo
Testamento, el Dios de justicia, tiene muy poca presencia en el
universo ruso.
Si Dan Brown hubiese
visitado Rusia, nunca habría escrito su Da Vinci Code,
pues la divinidad femenina no padece ningún ocultamiento o
desplazamiento, en este país. En su tan americano best seller,
presenta a la Iglesia católica dedicada a erradicar el culto a
María Magdalena, porque la feminidad la asusta, mientras que los
judíos (¡cómo no, entre miles de pueblos más!) protegen y
guardan los despojos de María. En la vida real, los judíos no
tienen santos femeninos y odian a Nuestra Señora más aún que a
su Hijo, mientras que la Iglesia venera la Virgen y adora a las
Santas. Pero Dan Brown tenía que articular su añoranza,
perfectamente normal, auténtica y justificada, de la Mediadora
con los pies sobre la tierra, con la representación
judeoamericana a la vez que neocalvinaista, en la cual los
judíos siempre tienen la razón, y la Iglesia siempre está
equivocada. Por esto es que lo puso todo patas arriba; después
de lo cual el New York Times infló el asunto y se empezó
a vender su libraco como pan caliente.
En Rusia la gente no cae
en la trampa de Dan Brown, pues aquí reina la Virgen, soberana,
y las ideas de compasión y vínculo con la naturaleza y el
espíritu están esperando a que se les dé rienda suelta.
II
¿Se dará el caso? Rusia
está en la encrucijada. Por una parte, la libertad recientemente
redescubierta, en materia de creatividad, publicaciones y
religión, es un logro muy importante, posiblemente habría podido
surgir sin que los rusos tuvieran que pagar el gran costo social
al que fueron obligados. Sus recursos nacionales, desde el
petróleo y el gas, hasta la tierra y las fábricas, fueron
privatizados y confiscados por un pequeño grupo de oligarcas muy
bien relacionados. Ahora son compañías occidentales las que
prueban y compran estos recursos. La industria rusa está en
malas condiciones, y la desindustrialización avanza sin trabas.
De país adelantado, con ciencia e industria moderna, Rusia pasó
a convertirse en proveedor de materias primas. El dinero del
petróleo hace que esta decadencia sea bastante soportable par
muchos rusos, pero en caso de reverso económico, la catástrofe
es inevitable. Los rusos se sienten amenazados por la voluntad
agresiva de los Estados Unidos de implementar bases militares y
aumentar su influencia política en las repúblicas antiguamente
soviéticas. La revolución “naranja” en Ucrania y la posibilidad
de que fuerzas de la OTAN penetren en el ámbito eslavo hacen más
apremiante la amenaza. Los James Bond rusos, ex colegas de Putin
en la rama de San Petersburgo de la Seguridad de Estado, están
ampliamente representados en el aparato estatal; este tipo de
gente suele ser considerada, como en el caso de George Bush el
Viejo, como tipos movidos por el sentimiento patriótico, pero
ahora a los rusos les tiene preocupados, no sólo su falta de
liberalismo auténtico y su corrupción, sino también su
incapacidad para enfrentarse al desafío estadounidense, su total
sumisión para aceptar las exigencias yankis incluyendo la muy
discutida cuestión de la presencia estadounidense en cuanto a
facilidades nucleares rusas. Los medios se encuentran
concentrados entre pocas manos; como contrapeso a la influencia
occidental, existe un sector de medios estatales prominentes,
pero también es bastante pro-occidental y ofrece
entretenimientos de baja calidad.
En la manifestación del 1
de mayo, los rojos pidieron solamente una hora por día para
expresarse en la televisión estatal, con sus propios programas;
pero parece que no se atenderá siquiera esta modestísima
solicitud. Mientras tanto, la televisión transmite Swan Lake,
y conciertos de grupos de rock, mientras que se mantiene el
debate político soterrado. Los rojos y los nacionalistas
descontentos con el régimen, pues no hace lo suficiente para
contrarrestar la corrupción, la privatización, la
desindustrialización y el empobrecimiento de la gente. Aunque el
régimen retomó algunas de sus consignas, no pasa de ahí, todo
queda a nivel de palabras que no desembocan en acciones
concretas.
Pero rojos y nacionalistas
no están enfrentándose. Fueron derrotados en 1993, cuando
Yeltsin aniquiló el Parlamento y asumió poderes dictatoriales.
En 1996, el dirigente rojo Zuganov ganó la elección
presidencial, pero los resultados fueron falsificados, y Zuganov
no se atrevió a hacer “de Yuchenko” y tomar por la fuerza lo que
le correspondía por derecho. Desde entonces, los rojos sufren de
cierto debilitamiento. Esto podría cambiar mediante la alianza
con otros dos grupos de outsiders.
Una fuerza nueva, los
bolcheviques nacionales, capitaneados por Eduardo Limonov, poeta
carismático, está despuntando con fuerza. Son muy jóvenes,
muchachos que apenas llegan a los veinte, y se han dado a
conocer por unas pocas acciones espectaculares: asaltos a
oficinas ministeriales e incluso al salón de recepciones del
presidente. Llevan a cabo acciones “terroristas” de corte
inaudito, pues en vez de bombas, tiran huevos, tomates podridos
y pasteles de crema, al estilo cómico, y le dan en la cara tanto
a políticos como a todo tipo de oficiales del establishment. Las
autoridades debidamente aterradas pronunciaron una condena a
cinco años de prisión por una tarta disparada con acierto. Unos
cuarenta jóvenes, hombres y mujeres del NBP se encuentran ahora
en la cárcel, pero su prisa para entrar en acción, cuando otros
se conforman con hablar, les convierte en la punta de la
oposición. Tanto los comunistas como los liberales les rondan y
cortejan. En la manifestación del Día del Trabajo, Limonov
estaba de pie junto a Zuganov y Rogozin, los dirigentes de
partidos parlamentarios mucho más importantes.
La segunda fuerza es
bastante diferente. Es una mezcla de liberales y neoliberales.Es
un puñado de gente, que, entre los dos partidos, no han podido
siquiera entrar al Parlamento. También desfilaron en el Día del
Trabajo, algo apartados del evento principal: se juntaron unas
dos o tres docenas de gente; pero tienen dinero y posiciones
fuertes en los medios, en los negocios y en las estructuras del
poder. También están inconformes con Putin, pues quieren
acelerar la privatización, abrir el país a los inversores
extranjeros, privatizar el sistema de protección social, traer
inmigrantes al país, acabar con cualquier limitación a la
movilidad dentro de Rusia, retirarse de Chechenia, y conseguir
la liberación del dirigente de Yukos, Jodorjovsky.
Aunque sus
reivindicaciones son el exacto opuesto de lo que reclaman rojos
y nacionalistas, hay una tentativa de coalición entre estos
grupos en contra del Presidente. Los rojos y los nacionalistas
sienten que pueden aprovechar el acceso a los medios y al dinero
para promover sus propios objetivos; a su vez, los liberales
necesitan a las masas movilizadas por los rojos y los luchadores
activos del NBP. A cambio de cierto acuerdo, el NBP renunció a
sus consignas más radicales y clama ahora por más libertad y
democracia, amnistía y suavización general de la presión
policíaca. Cada bando en la nueva configuración confía en su
habilidad para salir ganando al final. Los liberales están
seguros de que van a tomar el poder; pero lo mismo creen los
rojos y los nacionalistas. Los liberales tienen el precedente de
Ucrania. Allí, comunistas y nacionalistas apoyaron a Yuchenko y
se encontraron con un régimen proamericano y neo liberal. En
caso de revolución, los liberales se apoyarán en sus amistades
en Occidente, el poder de los medios occidentales, y la
sofisticación política al uso.
Por todo esto, algunas
fuerzas de oposición en Rusia prefieren respaldar al presidente,
como un mal menor. Estos seguidores del presidente incluyen a
Left.ru, nuestros amigos de Moscú, un excelente grupo de
izquierda, y la “Eurasia” de Alexander Duguin, pensador
importante y ruso ortodoxo muy admirado. Sospechan que la
revolución la aprovecharán los enemigos de Rusia. Dicen que ya
han hecho el intento de respaldar el proyecto liberal en 1991, y
que el experimento les ha vacunado definitivamente contra
semejantes alianzas.
Sus contrincantes dicen
que el presidente ya está bajo el control de Estados Unidos,
como quiera que sea; renunció a las posiciones rusas en Cuba y
en Ucrania, en Georgia y en Vietnam, y está llevando a cabo la
privatización. Aunque Putin se expresa como un nacionalista rojo,
su manera de actuar va por el camino liberal. También sienten
que una revolución“naranja” es inevitable, porque los yankis la
están fomentando, y la gente común está muy insatisfecha con el
régimen. Con el apoyo de los liberales, pueden crear
inestabilidad y esperanza para algo mejor. “Entrémonos de lleno”,
como decía Lenin, y “arreglaremos lo de la estrategia más
adelante”;
La consigna de éstos es :
“Después de febrero, vendrá octubre”, aludiendo a los
acontencimientos del portentoso año 1917. No fueron los
bolcheviques los que derrocaron al zar como se pretende a veces;
esto lo hicieron los pro-occidentales liberales que tomaron el
poder en febrero de 1917, con el objetivo de introducir a todo
tren al capitalismo en Rusia; pero el alma rusa estaba arraigada
en su fe, sentía un rechazo muy fuerte hacia Mamón. Por eso unos
meses más tarde, en octubre de 1917, los bolcheviques le dieron
una patada a los liberales mamonitas y se los sacaron de encima.
Mientras ahora vemos a los liberales tratar de repetir el éxito
que han tenido en Ucrania, sus aliados tácticos esperan repetir
la hazaña de 1917. Nadie habría podido imaginar la victoria de
los bolcheviques, apenas algunas semanas antes de que se diera.
Por cierto, los revolucionarios liberales, los vencedores de la
revolución de febrero, gozaban de la mejor posición para llevar
las riendas. Es cierto que a los bolcheviques les sostuvieron el
estado mayor general alemán, los banqueros judíos neoyorkinos, e
incluso los servicios de información británicos. Pero a fin de
cuentas, despidieron a sus ayudantes de la víspera sin darles
las gracias siquiera.
Se trata de un juego
peligroso, pero las revoluciones suelen serlo. ¿conviene que nos
conformemos con el mal menor, o deberíamos apostar y alcanzar la
victoria completa? No tengo respuesta tajante que ofrecer. Si el
retorno del comunismo ruso es algo tan inverosímil como la
restauración del imperio Pravoslav, las fuerzas creadoras de los
rusos todavía pueden hacer avanzar a la humanidad, sacándola del
actual callejón sin salida. La chispa divina que brilla en el
espíritu del hombre no es fácil de apagar; el Espíritu triunfará,
es algo tan cierto como la Resurrección de Cristo.